miércoles, 5 de diciembre de 2007

Bendecir a los niños, el ágape de Dios en nuestras vidas

La presencia de los niños en nuestras vidas nos cambia, nos sensibiliza, nos recuerda un misterio que va más allá de la simple naturaleza, ¿cuántos no nos sentimos enternecidos al contemplar la hermosura mística que en tan pequeña persona está contenida en abundancia? A más de uno he escuchado decir: “es que provoca comérselo”; sin imaginar que esa expresión simboliza el deseo de hacer nuestra la inocencia y pureza de la vida, el don de Dios en su estado más puro, más límpido, más intenso. Es un “no se qué”, decimos, que nos conmueve hasta lo más íntimo del alma, una puerta abierta que nos lleva directamente a la bondad y al amor en su estado primigenio.

Hay quienes piensan que la fragilidad, la total dependencia, la imposibilidad momentánea de valerse por sí mismos, son lo que nos impulsa a proteger a los niños y a velar por ellos. Cuán equivocados estamos, por que si en lo biológico esto es una realidad, en lo espiritual, no es así. Y aunque nos choque en la razón, los niños más pequeños, a esos que llamamos bebés, la fuerza de su alma nos supera a palmos, ya que en ellos está el Ágape de Dios con toda su intensidad.

Ágape significa, amor que es pura donación, amor que no espera ser amado para darse, amor que es ternura en su máxima expresión, amor que se da para hacer feliz, amor que no daña ni perjudica al darse, amor que no hace sufrir sino que es puro don, amor incondicional, amor que une más allá del vínculo de la sangre. Este ágape, es el amor con que nos ama Dios. Por eso, no es de extrañar que tengamos el instinto espiritual de hacerlo nuestro.

Con razón Jesús a sus discípulos fuertemente los regaña, cuando éstos impedían que los niños se acercaran a Él: “Dejen que los niños se acerquen a mí, no se lo impidan, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios”.

Entendible es la preferencia del Maestro por los niños, ellos nos llevan al ágape divino, porque en ellos está especialmente contenido como una fuente inagotable de la que podemos beber y saciar nuestra sed.

Allí nace nuestra misión, nuestra tarea y gran responsabilidad, no se trata de protegerlos porque son débiles, todo lo contrario, porque ellos llevan en su vida el tesoro del ágape divino, entonces no se trata sólo de velar por su crecimiento biológico, sino por su desarrollo espiritual, que puedan expresar su original fortaleza espiritual, que no se vea atrofiada por nuestra aprendida desconfianza. Que junto a ellos podamos nosotros, recupera lo que aun tenemos, aunque adormecido en nuestra alma. En otras palabras, es recibir la invitación de Jesucristo a “ser como ellos en el ágape”.

Gracias mis pequeños, que este pasado 25 de junio llegaron a nuestra parroquia para ser consagrados al Divino Niño. Gracias por recordamos el amor de Dios en nuestras vidas. Gracias porque ustedes, sin aun saberlo, son luz para nuestra alma, porque son una invitación constante a vivir el Ágape de Dios. Que Dios los bendiga.
Referencia: Boletína Lazos de Fe, Año 2, Nº 6, Julio 2007

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