sábado, 7 de noviembre de 2020

Lámparas encendidas.

¿En qué pensamos cuando se nos dice que hemos de estar vigilantes pues ya viene el Señor? 

Algunos y con razón, se trasladarán rápidamente al final, la consumación y el término de esta historia, del mundo y del hombre: la Parusía, la segunda venida de Cristo, en la que no faltará el Juicio final. 

Otros no dudan en pensar en el final de su propia vida: no sabemos el día ni la hora, lo que sí sabemos es que llegará el instante en que seremos llamados por Dios a su presencia; y aunque no se piense mucho en la muerte, todos sabemos que es inevitable. 

Estas dos maneras descritas de entender la venida de Jesús nos llevan necesariamente a hacernos una pregunta: 

¿Es esto en realidad lo que nos quiere comunicar Jesús cuando hace insistencia a estar vigilantes, atentos a lo inminente de su venida, o con las lámparas encendidas? 

La respuesta parece asomar en un no, sin que este no niegue la validez y veracidad de las dos primeras interpretaciones a los textos del Evangelio. 


Este “no” como respuesta, nos ha de llevar a sumar una interpretación más; una que involucre una acción directa e inmediata, que implica la espera pero no necesariamente a quedarse aguardando para realizarla o vivirla. 

No hemos de esperar al final, es en el hoy donde el Señor nos llama y nos pide estar atentos, expectantes y preparados a su pronta llegada. 

Quizá el Señor llegue a nosotros justo a la salida de un templo, o al término de un Sacramento, o en la oración que hacemos a diario o en la experiencia de un retiro. 

Quizá Jesús toque nuestro corazón de forma especial y mística, revelando a nuestra alma su rostro amoroso. 

Quizá, es lo más seguro, Cristo nos esté aguardando a nosotros en el necesitado, en la persona sola o desamparada, en aquel que no tiene quien le asista en este tiempo de dificultad o lo consuele en su dolor de haber perdido a un ser amado. 

Cristo llega en el pobre al que le falta alimento o en el harapiento al que le falta ropa y abrigo; llega en el enfermo y en el que teme por su vida; incluso sale a nuestro encuentre en aquel que nos hace ver la verdad aunque nos guste. 

La lámpara de nuestra fe ha de estar bien encendida, y el candil de nuestra esperanza ardiendo al máximo, pues muchas veces no solemos verlo por la oscuridad que nubla nuestros propios ojos, cuando nos “hacemos de la vista gorda” o no queremos ver “por conveniencia”. 

Si, todo eso lo hemos escuchado un sinfín de veces, no lo niego, sin embargo, hoy no está demás que se nos lo recuerde un vez más, pues como el mismo Jesús se lo dice a los apóstoles cuando los invita a acompañarlo en la oración –en el momento de su agonía- “el espíritu está pronto pero la carne es débil” (Mt 26,41). 

Corremos el riesgo ante el encierro físico vivido que se encierre con él nuestro espíritu y se nos olvide que nuestra vida encuentra su realización al ser compartida, nuestro corazón se ennoblece cuando está abierto para acoger al el hermano en su necesidad, y un mundo mejor es posible cuando buscamos convivir en armonía, paz, justicia y solidaridad. 

Estar vigilantes es aprender a esperar haciendo:

Esperar en Dios, esperar de Dios y esperar a Dios, haciendo la obra de su amor en nuestra propia vida, en cada tiempo y en todo momento, con los que compartimos el día a día. 

Ese día nuestra lámpara se abra encendido y permanecerá ardiendo, el aceite que la mantendrá encendida serán las obras y brillará su luz para nosotros e iluminar el sendero por el que pasará el Señor y salir a toda prisa a su encuentro. 

Yerko Reyes Benavides

No hay comentarios.: