Algunos al escuchar el 70 veces 7 (Cf Mt 18, 31-35) hacen mentalmente una multiplicación -490- para llegar a una “cantidad” determinada y definida de veces… que si bien es cierto es representativa, no se ajusta al sentido y al espíritu con el que Jesús recurre a la simbolización de los números sugeridos.
Concentrados en el significado del 70 veces 7, algunos llegan a la conclusión expedita de interpretarlo con un contundente: “siempre”; siempre se tiene que perdonar, siempre se ha de perdonar; es esa la enseñanza del Evangelio.
Valoremos el proceso, no nos quedemos tan sólo con la conclusión
Te has preguntado alguna vez ¿Quién puede perdonar siempre? ¿Quién tiene en su haber la facultad de entregar aquel don que incluso se otorga sin merecimiento?
No vayamos muy lejos en la búsqueda de respuestas: ¿Acaso yo lo he hecho o lo estoy haciendo? ¿Puedes tú, o alguien, en todo caso perdonar siempre?
Para esto es necesario sincerarse cada uno consigo mismo. No estamos delante de una prueba para medir la contundencia de la fe, sino en una invitación a dejarnos transformar por la gracia y la Palabra del Señor.
Para no entrar en justificaciones que de nada son de provecho al corazón y al deseo, intención y propósito de crecer interiormente, diremos entonces que la respuesta que hemos estado buscamos es: “Sólo Dios puede perdonar siempre”.
Que esta conclusión no te confunda. Decir que sólo Dios puede perdonar no nos exime del perdón, al contrario, nos compromete aún más con él, puesto que lo que está implicado es que el perdón proviene de Dios y sin Dios en el corazón difícilmente se podrá perdonar totalmente si quiera una sola vez.
Sólo Dios tiene esa capacidad y es cónsona con su naturaleza y esencia divina.
Dios es Amor y por ende también es Perdón, puesto que una de las cualidades del amar es perdonar:
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” (Jn 3,16)
Este “dar a su Hijo” del que nos habla el evangelista Juan, no sólo conlleva el acto de la Encarnación sino que incluye la oblación, la entrega y el sacrificio del Primogénito: el acto sublime y excelso de perdón desde la cruz.
Sólo en Dios está el perdón absoluto, completo y total.
En otras palabras sólo Dios puede perdonar siempre, lo que no implica que el perdón sea una acción del espíritu imposible para nuestra humanidad. Así pues, el perdón es competencia nuestra en virtud a la imagen y semejanza con Dios; por tanto hemos de entender, asumir, trabajar al perdón como condición y cualidad espiritual que es perfectible en cada uno.
Pretender el perdón como el de Dios es un acto muy noble de nuestra parte, pero si no lo trabajamos en nuestro interior, se verá resquebrajado por las múltiples escusas y las muchas justificaciones a la hora de la práctica verdadera de perdonarnos unos a otros como Dios nos perdona: siempre.
De Repetición, en reiteración y un poco más
Quien ha interpretado el perdón como la “absolutización de la totalidad” no erra, sólo que lo hace, así sin más, inaccesible a la persona y lo aleja de la intención de una vivencia real que Jesús quiere connotar al valerse de la simbología bíblica de los números ya por ellos conocida y acá referida.
Perdonar hasta 7 veces, implica en sí llevar el perdón a un estado que incluso está por encima de lo establecido por la ley, es decir, es ir más allá de la norma y de lo que lo humano puede considerar como razonable. En ello hay una “medida” de perfección que coquetea con la enseñanza de Jesús.
Sin embargo, Jesús al perdón no lo cuantifica, y cuando absolutiza la totalidad ya contenida simbólicamente en el número siete, nos lleva a contemplar el perdón como una realidad que no se realiza en sí misma en el “siempre” sino en el “cada vez”.
70 veces 7, para el Señor, se trata de perdonar con la mayor perfección del perdón cada vez. uno y otra vez; reiteradamente.
Las medidas del corazón
Esta perfectibilidad del perdón se alcanza a través de la práctica, es decir, perdonando es que se enriquece el perdón cada vez que se entrega; no se perdona más, sino que se perdona mejor, haciendo que el perdón sea un bien del corazón que se da y haga bien al que lo recibe, y sobre todo, al que lo concede.
70 veces 7 entonces se trata, en definitiva no de la cantidad, ni si quiera de la totalidad del perdón, sino las medidas del corazón; la proporción del amar en la práctica cuando se ama y no sólo como un sentimiento que se siente.
Visto de este modo el perdón no es un sentimiento que se siente sino una don que se entrega.
Parafraseando el evangelio podemos concluir: “Quien mucho ama mucho perdona” puesto que el perdón es un fruto del amor. Así pues el perdón entra dentro de lo que Jesús nos dio y nos pide: “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Cf Jn 13, 34-36) o pudiéramos sin equivoco decir: “perdónense unos a otros como yo los he perdonado”.
No eres tú quien perdona, sino que Jesús quien perdona en tu perdón, porque mucho te ha amado para que también puedas amar con su amor y perdonar con su perdón.
Yerko Reyes Benavides
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