sábado, 12 de septiembre de 2020

Calistenia para el perdón

Arduo, muy arduo le es al corazón abrirse al perdón, pero más difícil lo tiene la consciencia, la inteligencia y el pensamiento de ir a contracorriente de la lógica, la razón y el sentido común. 

Una ofensa, un daño infringido, un dolor ocasionado lo menos que merece es ser perdonado, en todo caso clama por justicia, en donde la revancha o la venganza quedan descartadas y no se justifican de ninguna manera puesto que la violencia como respuesta a un acto en si violento jamás trae sosiego y paz. 
Solo en paz se puede consentir el perdón 
Conversando con un amigo, a propósito del tema que hoy nos ocupa en nuestro Itinerario espiritual, me decía: “El perdón es imposible, entra dentro del rango de las utopías del ser humano”. 

Interesado por este argumento, le pedí me diera más razones, porque obviamente su planteamiento no estaba sustentado en una cuestión meramente sentimental, sino basado en las opciones que da la psiquiatría para el análisis de ciertos procesos en que nuestra mente se ocupa. 

En el refranero popular encontramos los que la ciencia que se ocupa de la psique nos advierte: hay heridas que sanan pero siempre dejan cicatrices, y mientras existan esas cicatrices el perdón se queda tan sólo en disculpas. 
El perdón no es una cuestión de la mente, sino del corazón 
El perdón para que sea verdaderamente un acto sanador necesita cerrar para siempre las heridas que han infringido dolor, pena, humillación, frustración; que han sido causantes de traumas, fobias, miedos, desequilibrios, distorsiones afectivas o emocionales. 

En este sentido, el perdón recoge dos condiciones indispensables para poder darse plenamente: la primera, entenderlo como proceso que amerita estar consciente de sus tiempos para intervenir en cada uno de ellos: el ahora, al antes y el después. 

La segunda condición es afrontar el perdón como un aprendizaje en el que son necesarias incorporar competencias y hacer uso de herramientas para cerrar y sanar las heridas y limpiar las cicatrices o huellas de su presencia. 

Pudiéramos seguir indagando en los recursos de las ciencias modernas y sus herramientas y la conclusión seguiría siendo la misma: el perdón no es una cuestión de la razón sino del corazón que se inicia por acto liberador. 
Todo comienza con acto liberador
“Yo te perdono” 

Tres palabras, una sola oración: una sentencia, una declaración, pero sobre todo un acto liberador, del que parten todas reconciliaciones que son necesarias para completar el perdón en plenitud. 

A ese “yo te perdono” no se llega sin antes haber pasado por “Dios me perdona” y en el que es indispensable el “yo me perdono”. El acto puro del perdón es exclusivamente de Dios, y algunos se aferran a esta noción para justificar la imposibilidad del perdón, puesto que este es atributo Divino. 
El perdón Don de Dios 
El perdón no se teoriza, sino que se confiere, se otorga se entrega, de esta manera se hace don y acción; obsequio y ejercicio del alma. 

Para dar algo hay primero que tenerlo, nos lo decía el mismo Jesús en el Evangelio: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mc 7, 21). Un corazón que abunda en misericordia obrará acorde a la misericordia que posee, pues “nadie da de lo que no tiene”. ¿Cómo vas a dar algo que antes no has recibido? En el ejercicio del perdón, es indispensable haber sido perdonado, sentir vivamente el efecto del perdón en propia persona. 

Cuando se vive el perdón de Dios, no sólo se experimenta el regalo de su misericordia, bondad y compasión, sino también la generosidad de su benevolencia, puesto que pone en nuestras manos el perdón como don y como tesoro. 

Es cierto que el perdón pueda llegar a entenderse como una utopía para el ser humano, un imposible para el hombre, si este dependiera exclusivamente de su virtud. Pero el perdón es don de Dios y como don se busca, se pide, se recibe. 

Calistenia para el perdón 
El perdón como don se sustenta en el Corazón de Dios. Busquémosle pues ahí, justo en su origen, en su fuente y también en su culmen. 

Siete citas en las que el perdón es el protagonista y que nos sirven como calistenia para emprender la ardua labor espiritual que implica perdona y ser perdonado. 

Muy recomendable es no quedarse simplemente con el texto citado en este escrito; sino ir personalmente a la Biblia y una vez ahí, sabiendo que es la Palabra de Dios lo que se tiene delante: leer, meditar, orar y discernir, dejándose interpelar por ella.

Salmo 129 
“Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto". 
Salmo 103 
“Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias, el que rescata de la fosa tu vida, el que te corona de compasión y tiernas misericordias, el que colma de bien tus anhelos, de modo que tu juventud se renueve como el águila”. 
Isaías 1, 1-20 
“Lávense, límpiense, quiten la iniquidad de sus obras de delante de mis ojos; dejen de hacer lo malo. Aprendan a hacer el bien; busquen el juicio, socorran al oprimido; hagan justicia al huérfano, abogad por la viuda. 

Vengan ahora, dice el Señor, y razonemos juntos: aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quieren y escuchan, comeréis lo bueno de la tierra” .
Miqueas 7, 1-20 
“¿Qué Dios hay como tú, que perdona la iniquidad y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retiene para siempre su enojo, porque se deleita en la misericordia. 

Él volverá; volverá a tener misericordia de nosotros; él hollará nuestras iniquidades y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados”. 
Mateo 18, 21-25 
“Se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?" Jesús le contesta: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. 
Lucas 7, 36-50 

“Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados”. 

1 Jn 2, 1-14 
“Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo. Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo”. 
Yerko Reyes Benavides

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