¿Qué hace que alguien tome la determinación de corregir a otro?
¿Qué valida esta corrección para que no sea una intromisión a la intimidad y la privacidad de la otra persona en su libre albedrío?
Antes de responder a estos cuestionamientos, inspirados en la enseñanza de Jesucristo, consideremos, entre otras tantas, las dos siguientes situaciones:
Un papá o una mamá en virtud a su paternidad o maternidad tienen no sólo la potestad, el derecho, la facultad o incluso la necesidad de corregir a sus hijos, sino también el deber y la obligación. ¿Qué se los otorga? Sin distraernos entre muchas y amplias consideraciones de tipo biológico, social, moral o incluso cultural y religioso diremos, el vínculo que los une ente si y más que nada el sentir de su corazón, es decir, los sentimientos que cobijan en su interior y de los cuales son enteramente conscientes. Así pues, queda entendido, que la corrección es para ellos tanto un derecho como un deber que no se origina en una obligación –moral- (aunque la incluya) sino en un sentir.
Observemos esta otra situación, bastante diferente a la primera. Un maestro en relación a sus alumnos, también tiene la obligación, el deber y el derecho de corregirlos. ¿Quién o qué les otorga esta facultad? el vínculo que une al maestro con el alumno y que no se queda atrapado, ni se limita a las paredes de un salón de clases: la enseñanza. Por este vínculo, un profe será profe de su alumno incluso cuando ninguno de los dos este incorporado a la institución educativa que los relacionó originariamente.
Transitando las páginas del Evangelio, si prestamos atención y cuidado, nos encontraremos en uno de sus pasajes el texto que nos habla de la “corrección fraterna”. Al leerlo, la primera tentación que hemos de sortear es deslindarnos del asunto que nos propone, justificándonos a nosotros mismos con un clásico: “no es asunto mío” o “allá cada uno y lo suyo” (síndrome de Caín), para no afrontar el desafío que nos presenta.
Si bien es cierto, no existe el derecho a “entrometerte” en la vida de los demás, si tienes el deber de corregirlo cuando yerra. Sin embargo, hemos de reconocer que es una situación que no deja de ser espinosa, más si se consideran las diferentes aristas que intervienen en la acción de corregir.
A nadie le gusta que lo corrijan, pero a todos nos hace falta un hermano de verdad que se preocupe por nuestro bien.
Uno de los obstáculos, que no es exclusivo a la corrección fraterna, sino más bien apunta a nuestra convivencia en comunión, es el Síndrome de Caín ya antes mencionado, el cual consiste en desestimar el hecho de ser responsables los unos de los otros y corresponsables del bien de todos: “Acaso soy yo guardián de mi hermano” (Gn 4,9), le responde Caín desafiante a Dios cuando éste le pregunta por Abel.
No somos islas, y todo lo que hacemos o incluso dejamos de hacer tiene repercusiones en lo que nos rodea y en quienes nos rodean. ¿Qué tan conscientes estamos de ello? y más aún, ¿qué tan dispuestos estamos a asumir la responsabilidad que esto implica y sus consecuencias?
Podemos seguir mirando para el lado opuesto al lugar donde están las situaciones, problemáticas y personas que reclaman nuestra atención e intervención (un Caín de hoy) pero al menos seamos consecuentes con esta manera de proceder no haciendo si quiera el intento de justificarnos.
De vuelta al texto del Evangelio en el que Jesús nos habla acerca de la corrección, podamos ir sin dilaciones a la forma de realizarla, dando por sobreentendido que se tiene todo lo necesario para efectuarla: derecho, conocimiento, autoridad y validación.
De los cuatro elementos antes mencionados nos queda ahondar un poco más en el último: la validación.
Nada hay de sencillo en esto de la “corrección” y más compleja se vuelve si queremos que sea “evangélica” (sustentada en la enseñanza de Cristo) y/o “fraterna” (inspirada en la Palabra del Señor). Lo que no se puede perder de vista en ningún caso y de ninguna manera es que esta corrección se da entre personas que vivan, compartan, se relacionen, se acompañen, se apoyen y se entiendan entre sí como hermanos (vínculo establecido por la fe en Cristo y que trasciende al de la relación específicamente consanguínea).
En el tema de la corrección fraterna, no son sólo necesarias las buenas intenciones, sino también que se haya establecido el vínculo adecuado; pues de ello dependerá que se cumpla el propósito de la corrección haciendo de ella algo edificante, tanto para el que es corregido como para el que corrige, pues este último entra en la dinámica de la corrección que lo deja expuesto a dejarse interpelar por las justificaciones, la experiencia, las emociones, los sentimientos y la vida propia de la otra persona.
Esto nos lleva a los siguientes puntos a destacar que quedan sobreentendidos en el texto del Evangelio, y no han de ser por nosotros pasados por alto:
Lo que se corregir es el error que comente una persona, teniendo siempre presente que quien yerra es una persona y no una cosa u otra cosa.
No somos jueces, ni tampoco verdugos, no inculpamos ni tampoco castigamos y lo más drástico que está en nuestra manos hacer es alejarnos de la persona que no abandona su manera errada de actuar. A veces llegamos a pensar que para vivir dentro del mandamiento del amor cristiano todo lo hemos de soportar, incluyendo a los que nos lastiman con su errado proceder.
Hay un elemento más que sin estar presente textualmente en este pasaje del Evangelio si es contextual a él, es decir, lo que valida la corrección es el vínculo del amor por el que se relacionan y este amor, no es el que cada uno cobija en su propio corazón, sino el amor de Cristo.
Así pues, en el sentido cristiano y apagado al Evangelio, toda corrección ha de emprenderse y abordarse desde la caridad, o mejor dicho desde el amor en Cristo. En otras palabras, no se puede corregir fraternalmente a otro si no se le ama antes y se le ama con el amor del Señor.
Si ponemos esto dentro de un contexto más amplio del Evangelio, entonces habrá lugar y espacio para que el mismo Jesús se haga parte de la acción y la corrección sea un lugar para pedir los dones de Dios: sabiduría, entendimiento, fortaleza, ciencia.
Sólo el que ama, tiene la libertad de corazón para tomar las manos del que erra y orar con él y no sólo por él.
Yerko Reyes Benavides
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