miércoles, 3 de junio de 2020

¿Dónde está Dios?

Preámbulo

¿Dónde está Dios? 

Depende 

¿De qué depende? 

Del lugar espiritual en el que tú te encuentres. 

¿De eso depende dónde está Dios? 

No. 

¿Entonces, me estás tomando el pelo? 

Por supuesto que no. 

Cuando te digo que de eso depende, es para que caigas en cuenta de la razón por la cuál haces esa pregunta, y del lugar personal en el que te encuentras y  desde el cuál lo estás buscando y a dónde te ha de lleva dicha búsqueda. 

No es lo mismo buscar a Dios desde la confianza y la serenidad, que buscarlo desde la desesperación y la desesperanza. 

No es lo mismo tampoco, buscar a Dios desde el reproche, la rabia o la incomprensión que, buscarlo, desde la fragilidad y la sencillez de un corazón dispuesto. 

El otro punto que ha de ser aclarado, antes de proseguir, es saber si lo que se busca es a Dios en sí mismo, en lo que es y en lo que manifiesta o, si lo que en el fondo se anhela es corroborar una  idea que se tiene hecha de Dios en la cabeza. 

No son pocas las veces en las que no se da con Dios, no porque él no se deje encontrar, sino porque no se logra hacer que la idea que se tiene de Dios -positiva o negativa, favorable o desfavorable- coincida con lo que Dios es en verdad. 

Ahora soy yo quien te pregunta: ¿Desde dónde estás buscando a Dios? 


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Una de las cosas que damos por sentado es que Dios “siempre está ahí”. No nos detenemos a pensar mucho en ello, menos a reflexionar sobre lo que eso significa; hay cosas que es mejor no pensarlas demasiado, basta la fe; esa fe sencilla, tantas veces ingenua y que casi siempre peca de pueril. 

Y si se diera el caso que alguien no conforme con lo dicho preguntara: ¿Y, dónde es ese “ahí”? No se dudaría ni por un segundo, no es necesario si quiera detenerse a considerar la contestación por un instante, ya que la respuesta es rotunda: “En todas partes”. 

La discusión queda zanjada, toda especulación resulta innecesaria; no hay lugar a dudas: Dios está en todos lados. 

Sin embargo, y pese a que resulte contrario a lo que creemos o queremos creer, eso no es verdad. 

Ya se plateaba al principio, no es algo en lo que se piense y medite mucho. Es mejor seguir creyendo que Dios está en todas partes, eso resuelve muchos problemas, uno de ellos, es que si es así, no hay la necesidad de hacer todo un movimiento interno y un esfuerzo externo para emprender la búsqueda. 

Eso de ser errante de la fe y peregrino del amor, pues no se aviene con esta suerte de panteísmo práctico en el que hoy se vive, casi sin ser percibido: “Todo está en Dios; Dios está en todo”. No sé cuán razonable te parezca la afirmación anterior, pero mucho del pensamiento moderno coquetea con esta idea, dejando al hombre huérfano de la posibilidad de sentir a Dios, y de sentirlo incluso en su ausencia. 

Por otra parte, si lo piensas mejor, esta manera de entender la presencia de Dios invadiendo cada espacio, lugar, forma y objeto, propicia, y en ello andamos muchos, una fe cómoda, de esas de poltrona (de misa y olla). 

Claro, es mejor la ilusión a la realidad, y siempre ha sido así. La fantasía es un lugar que proporciona seguridad, confianza, tranquilidad, mientras que la realidad tiene un efecto contrario, tanto es así que, pocas veces se siente el deseo de confrontarla, ya que implica esfuerzo, entrega, dedicación y también sacrificio.  

Si afirmamos:“Dios no está en todos lados”, inmediatamente se disparan algunas alarmas que avisan de este peligro. 

Ahora bien, si Dios no está en todas partes, entonces: ¿Dónde está? Y aquí, volvemos al preámbulo de esta reflexión, sobre la pregunta que quedó sin contestar y que evitamos en su momento responder. 

Vamos, “busquemos a Dios”, yo te acompaño.

¿No era más fácil haber comenzado por aquí, de una vez? Sí, claro que sí. Pero, ¿Me hubieras hecho caso? 

Ahora hemos dejado sentado un punto, que a lo mejor necesita ser mayormente argumentado, no lo niego;  sin embargo, el propósito de este escrito no es dar razones del por qué Dios no está en todos lados, sino que aclarada la situación, no se pierda más tiempo y se comience a disponer todo para ir a su encuentro. 

Para lograr esto, por su puesto, era necesario sacudir un poco las bases de nuestras nociones y prejuicios para estremecer el piso donde están ubicadas nuestras seguridades y las columnas donde se sustentan nuestros paradigmas, incluso la "idea que tenemos -o nos han dado- de Dios". 

No todo lo que damos por sentado lo hemos de dejar siempre quieto, hay que abrir de tanto en  tanto, los baúles donde guardamos algunas costumbres, tradiciones y creencias; sólo así, y desde la fe, podremos dar y contemplar el verdadero rostro de Dios. 

“Señor, muéstranos tu rostro, 
déjanos encontrarte en los momentos de tribulación, necesitad, angustia; 
estos son los días en los que tu bondad, compasión y misericordia 
se ha de manifestar sin reservas;
nuestra alma jadeante se encuentra
y anhela saciar su sed de ti
en la aguas abundantes de tu ternura”. 

A propósito, de lo dicho hasta acá y antes de darle cierre a estas líneas reflexivas, la búsqueda de Dios no es cuestión de ratos, momentos, temporadas o etapas. Si algo hay constante en la vida espiritual es la búsqueda permanente, insistente y perseverante de Dios. 

No hay fórmulas, ni recetas, no hay mapa, ni tampoco direcciones. Pero doy fe de un lugar, un solo lugar en el que Dios ha querido quedarse vivo y real, sólo que velado y en forma sacramental, de tal manera que, incluso ahí, no estás exento de buscarle y para poder contemplarle amerita cerrar los ojos –en un acto de fe- y abrir el corazón –en un acto de amor: ese lugar es la Eucaristía. 

Ya dejamos claro, el “desde dónde”.

Yerko Reyes Benavides

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