Pentecostés, suena a nuestros oídos como la fiesta de la Iglesia en honor al Espíritu Santo. Fiesta que se celebra nueve días después de la Ascensión de Jesucristo y a cincuenta días de su Resurrección.
Estos números nos pueden parecer simbólicos, y de hecho así lo son. Emulan en número a la cantidad de días que separan a las dos fiestas principales del pueblo judío y que están en el trasfondo de estas solemnidades cristianas, aunque de ellas poco quede.
Pentecostés o fiesta de las “Semanas”, hoy conocida como Shavuot, celebra el encuentro de Dios con Moisés en el Sinaí, donde son entregados los Mandamientos -las tablas de la Ley, y fue establecida por el mismo Moisés, 7 semanas o 50 días después de la Pascua del cordero –Pesaj-, que celebra la liberación el pueblo de Israel.
Sin embargo, y aunque podemos encontrar paralelos espirituales, nuestra fiesta de Pentecostés, nos habla de otra entrega, no en forma de Ley, no contenida en tablas, sino en forma de Gracia y en la Persona misma del Espíritu Santo.
Así pues, la Celebración de Pentecostés constituye, a la par y junto a la Solemnidad de Resurrección, la Fiesta en la que nuestra Fe encuentra su fuente, sentido y proyección. Nace en ella la Iglesia, comunidad de creyentes y testigos.
Sin la efusión del Espíritu Santo la primigenia comunidad, constituida por los apóstoles y discípulos del Señor, en compañía de María, Madre Jesucristo, no hubiese por sí misma encontrado el impulso necesario para, lanzarse definitivamente al mundo entero, y dar testimonio decidido y certero del Evangelio de Cristo.
La originaria fiesta judía de Pentecostés, a partir de la Efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Virgen María, marca un punto de quiebre en la vida de los discípulos y establece para ellos “Un antes y un después”.
Este es el tiempo del Espíritu Santo, la hora del Don de lo Alto y en nuestra caminar de fe y nuestra vida ha de ser tenido como un referente espiritual; momento privilegiado que se renueva año a año, y que nos ofrece la oportunidad de un nuevo comienzo, de emprender nuevos caminos, de revitalizar nuestra entrega con la gracia que proviene del Cielo y es dada por Dios Padre en Jesucristo por el Espíritu que de ambos procede.
Nuestro gran desafío es hacernos consciente de ese “después” que demarca la presencia actuante del Espíritu Santo en nuestro corazón.
Que estas líneas no sean sólo el preámbulo para hacer entrega del material para la realización de la Vigilia de Pentecostés, sino una motivación, un llamado un impulso, el desafío espiritual que nos mueva a renovar y avivar la presencia de Espíritu Santo en nuestra vida.
Esta noche, nosotros al igual que los Apóstoles estaremos en Vigilia y Oración, a la espera de la efusión del Don de lo Alto, ya presente en nuestro corazón.
Meditando la Palabra y elevando nuestras súplicas al Padre Dios, discerniremos, tomando en consideración los signos de nuestros tiempos, el “antes” y el “después” que hemos de emprender en compañía del Espíritu y guiados por su inspiración y gracia.
Listo ya nuestro ánimo y dispuesto nuestro corazón digamos:
¡Ven, Espíritu Santo, te estamos esperando!
Yerko Reyes Benavides
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