La Santísima Trinidad, Dios y Señor nuestro. Misterio que nuestro amor ha de develar, puesto que Dios, en el Amor mismo se da y a la vez se muestra.
¿Qué decir de este Misterio que deje al descubierto la intimidad del Dios Omnipotente y nos permita un mayor conocimiento de su Divinidad?
Al respecto, no hace tanto escuchaba la disertación entusiasta de un novel predicador, haciendo su mayor y más grande esfuerzo por conquistar a su audiencia con lo refinado de su argumento y la profundidad de su teología. He de reconocer, que se notaba el esmero en la formación y el cuidado en la preparación de aquellas palabras que abordan el misterio de la Trinidad Santa.
Su argumento se contrataba en la defensa del dogma, que establece la única naturaleza divina, manifestada en tres personas. Precisaba, para que no quedara duda alguna, que había una única substancia divina presente en la Trinidad, por tanto, no había error en confesar de pensamiento y palabra la fe en un solo Dios y Señor, y este único Dios es tres personas distintas entre sí, pero iguales en divinidad; jamás tres dioses.
No hemos de negar que haya cierta pedagogía en la economía de la Salivación, por la que Dios se fue mostrando a través de la historia de la humanidad, dando a conocer no su substancia, esencia o naturaleza, sino su rostro, su corazón, sus pensamientos y también sus sentimientos.
Hace más eco en el interior de la gente -letrada o sencilla- acercarse a Dios como persona que como noción o concepto. Así pues, aquel que así mismo se define como el “Yo soy el que soy”, innombrable para el pueblo antiguo, abre las puertas de su divinidad y muestra su ser personal, en la persona divina del Padre, creador y todopoderoso; en la persona del Hijo, redentor y salvador nuestro y en la persona del Espíritu Santo, santificador y guía en nuestro peregrinar a la plenitud del Reino.
Muy al contrario de la gente que si prestaba atención a la predicación, quien empezó a divagar y se perdió en su propio pensamiento fue quien les narra esta anécdota:
En no sé cuál procedencia de las personas divinas, me encontré recordando un día de clases con mis alumnos, a los que amonestaba sobre su “mal gusto” a la hora de escoger la música que oían. Mi reproche era insistente, no les daba tregua, les hacía ver lo disonante de las melodías, si es que así podían ser llamadas, en donde daba igual que sonara una lata a una batería; les hacía notar lo patéticas de las letras de dichas canciones, que de rima carecían, y lo que decían era una agravio a los oídos, entre otras ofensas en las que incurrían unos balbuceos obscenos y grotescos. Y mientras les repetía, como un “viejo dinosaurio”: “¡no sé cómo pueden escuchar esa música! un alumno me responde con su más ingenua mordacidad: “no son para escuchar, sino para bailar”.
No te sorprenda: mas caigo en cuenta que hace rato dejé al predicador en su prédica; a mis alumnos con su música y ahora, me encuentro aquí contigo, escribiéndote esta sola línea que quizá sea la única que importe de todo este mensaje, anécdota incluida:
Dios no se ha mostrado a sí mismo para ser exclusivamente conocido, sino para ser absolutamente amado.
Este es un Misterio de Amor, y de este Misterio de Amor, lo maravilloso es que el amor no se esfuma como si lo hace la divinidad entendida como una entidad etérea y abstracta, impersonal, distante, fría, sin personalidad ni carácter. ¡Qué fácil! se hace creer cuando no hay demanda ni compromiso, cuando la fe queda sin consecuencia ni se hace consecuente.
No reclama tu atención un dios sin rostro y que no te da la cara porque no tiene una para ofrecerte; tampoco tu corazón lo conquista una fuerza cósmica, o una energía metafísica; tu amor lo requiere un Dios que es persona y te ama como Padre, como Hijo y Hermano, y como Espíritu Santo.
Dios es como "la música" de mis alumnos. Con el tiempo pude hacer esa conexión. A Dios no se le entiende, a Dios se le siente, se le busca... se le ama.
Dios es música que hace estremecer hasta la fibra más honda de cada ser; su melodía resuena, a veces retumba, pero siempre es sutil; armonía que deleita y también exalta, lenguaje comprensible para el corazón que lo anhela y que de él está sediento.
En lo personal, sigo buscando a Dios. No pierdo el interés en descubrirlo y conocerlo. No dejo de tener tiempo para investigar e indagar, para reflexionar y pensar. Todo eso sigue siendo importante, pero mi prioridad ahora es otra: bailar al ritmo de la música con la que Dios se manifiesta en mi interior.
¿Te animas?
Yerko Reyes Benavides
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