Vivimos como si no hubiera Cielo y aunque no lo andemos anunciando con trompetas, igualmente se hace evidente, nuestro mayor miedo es perder los bienes que esta vida nos proporciona. Nos aferramos a lo efímero como si no hubiera nada más que esta realidad y el cielo sólo fuera una utopía.
Decimos de nosotros, con regularidad, ser personas creyentes y tener fe; pero, lo que creemos no está claro en nuestra mente, a tal punto que nos hace divagar por creencias que resultan incongruentes y en la práctica se contradicen entre sí; no ha de extrañarnos, por tanto, que el corazón erre con frecuencia de tesoro que ha de atesorar en su interior y se asga a cosas en su mayoría pasajeras e intrascendentes (incluyendo relaciones, quehaceres, ideologías y también personas).
No hemos de perder de vista en nuestra reflexión lo que con propiedad destacaba Jesús sobre las intenciones que mueven a toda persona:
“Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21).
De esta manera de pensar viene el grueso de cuanto en este tiempo postmodernista estamos viviendo. Una carrera desmesurada como si no hubiera mañana. Y no, no se trata de aquel viejo y sabio adagio que reclama no postergar para otro día, llevados por la desidia o la pereza, lo que en el propio día se pueda realizar; no, no es la búsqueda de un provecho saludable para las horas y del tiempo, sino que se trata de un vivir desmesurado, con una lógica inmediatista, egocéntrica y hedonista.
De esta manera reduccionista de pensar viene el grueso de cuanto en este tiempo postmodernista estamos viviendo. Una carrera desmesurada como si el sol al caer la tarde se escondiera para siempre y no hubiera mañana.
Estamos ya en los días donde el disfrute y la diversión son más importantes que la virtud. Aprovechar las horas de cada día, ya no tiene nada que ver con lo que proclama el viejo adagio: “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”; sino de un vivir desmesurado, con unos valores distorsionados y un sentir ególatra y hedonista.
¿Crees que por ser una persona de religión, que profesa una fe en Cristo, estás exento de esta manera de interpretar la vida? Pregúntate, ahora que has llegado a este punto de la reflexión, cuántas de las cosas que están haciendo son una “inversión” a futuro y cuántas de ellas tienen la única finalidad de allanar tu camino al cielo.
El gran enemigo del ser humano ya no es la pobreza, la ignorancia, la esclavitud, la opresión, la tiranía, todo aquello que diluye la vida y la hace insoportable, sino la muerte que atenta contra este vivir descomedido.
Lamentablemente, la muerte como realidad propia al ser humano, no es algo en lo que nos detengamos a reflexionar consistentemente. Tampoco lo hace el componente ideológico que utiliza al miedo para imponerse y, que no tiene un viso de altruismo tal como pretende hacer que se le vea. A propósito de esta consideración: ¿Te has detenido a pensar qué hay detrás de las ideologías de moda?
De esta manera de ver la vida y de este miedo a su finitud, se desprenden todos los temores que ahogan la vida espiritual, y la atrapan en un existir insustancial. No hay vida inmediata que alcance para llenar el saco sin fondo en el que se convierten las propias apetencias, y menos cuando esta sociedad de incoherencias está constantemente añadiendo indiferencias e indolencias a nuestro corazón.
Para Jesús la vida es otra cosa, y por ello evita todo reduccionismo, aunque conoce los que atrapan como en un torbellino a los hombres, a tal punto que, proclama sin rodeos que la razón de su venida es infundir vida en el existir del ser humano:
“Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
No es el mundo el que sustenta la vida, es sólo el escenario en donde se presenta uno de sus actos. La vida tiene su lugar propio en el existir divino. Así pues para Jesús la vida –plena- sólo se entiende cuando la vida se vive en Dios, desde Dios y para Dios; desaparece para siempre todo temor.
Nuevamente escucharemos a Jesús decirnos: “No tengan miedo a los hombres” y seguidamente insiste: "No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10,26.28). El infierno, en el pensameinto de Jesús no es aquel lugar “mítico” de castigos interminables y fuego abrazador, sino la ausencia total y absoluta de Dios, donde se gesta el llanto y se da el rechinar de los dientes (Cf Lc 13,28).
Jesús apuesta por la plenitud de vida, la que no desprecia este existir mundano, pero no se queda atrapado ni contenido en él, ni lo vuelve su intención, ni su propósito o fin, como tantas veces lo hemos vuelto nosotros; de ahí la razón de nuestros miedos.
Esta verdad tanta veces anunciada, escuchada e incluso meditada parece no haber calado en nuestro interior, pues la libertad de espíritu que proclama nos cuesta la angustia y el temor de soltar todo a aquello a lo que permanecemos aferrados y de lo que no estamos dispuestos a renunciar.
¿Aun crees que esto que estás leyendo no tiene nada que ver contigo? Pregúntate si tu confianza en Dios es tan grande como para vivir sin ninguno de tus miedos y temores y soltar completamente tus seguridades (intelectuales, afectivas y emocionales) y comodidades (materiales y espirituales).
Si te cuesta visualizarte de esta manera, piensa en los pajarillos y en las flores del Evangelio.
Al terminar estas líneas reflexivas, te animo a no saltarte la meditación personal, que subyace como intención a este artículo, para que puedas comprender el sentido profundamente espiritual que hay en esta afirmación de cierre.
No tengas miedo: Vive la vida y disfruta de ella.
Yerko Reyes Benavides
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