sábado, 1 de febrero de 2020

¿Dónde poderte ver, Señor?

Trazos a Mano

Las cosas que se han hecho parte de nuestro día a día y las que hemos convertido en rutina, pierden, ante nuestros ojos, el brillo natural que poseen. 

Los tiempos actuales nos exigen menos horas de sueño y más de trabajo. Así que no es raro que muchos cada vez nos levantemos más temprano, incluso antes del amanecer y, sin que todavía el sol aparezca en el firmamento, ya nosotros andamos en la calle, “pateando suelo”. 

Un día, al día siguiente, el que viene, se viven de la misma forma. Llega el día de descanso con el fin de semana, y lo que más anhelamos es romper con lo que ya se nos ha vuelto una costumbre: estar vivos sin vivir de verdad. 

¿Pensamos en Dios? Seguramente sí lo hacemos. ¿Qué pensamos? Ese es justamente el dilema. 

Queremos que Dios intervenga en nuestra pesada rutina. Una manifestación chiquita de su Omnipotencia. Nos urge, no sólo saber, sino también sentir, que Él está ahí, y lo está no de una forma etérea, abstracta y universal, sino real y para mí. Seguramente se lo pedimos en cada rezo o cuando levantamos las manos al cielo clamando su intervención.


¿Dónde poderte ver, Señor?
“En el amanecer. El mismo que día a día delante de tus ojos acontece como un milagro, pero ya en él no te fijas. 

En el clima y sus tiempos: en la brisa fresca que saluda tu mejilla cada mañana. El rayo de sol que de pronto te encandila y da calor. En el rocío que recubre de vida la naturaleza, para que a tu paso la veas más verde y a la flor más colorida. 

En el paso de las horas, toda una proeza, y también una promesa, pues en cada segundo te estoy amando. 

Y en especial en el ser humano, la persona contigo camina, al que ya no miras a los ojos; en la que ya no distingues si sonríe o en su rostro hay una mueca de dolor. 

En el Cielo y en la Tierra, pero más que nada en tu propio corazón: ahí estoy yo. En ti me puedes ver, y también amar. 

Si en el ocaso todavía levantas tu mirada al cielo, la esperanza no se ha ido de tu lado. Y llegará el día en que entenderás que no tienes que buscarme para encontrarme”.


Yerko Reyes Benavides

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