Ser Luz de Dios
No, no hemos de perder tiempo.
Aún estamos a tiempo. La Palabra de Dios ha de ser luz que resplandezca e ilumine
nuestro caminar de fe. Ya se ha dicho en otras ocasiones, y han sido tantas las
veces: hemos de ser reflejo de esa luz de Dios en medio del mundo.
En el aire todavía está el dulce
aroma de ternura, bondad y compasión que han dejado las Bienaventuranzas
proclamadas por Jesús (Cf Mt 5,1-12). Sin embargo, no hay lugar para la
distracción. Jesús continúa y va directo al punto; Mateo no dilata el momento
para dejar constancia de ello. No serán necesarias tantas preguntas, solo una
es necesaria:
¿Quién?
¿Quién realizara la obra de Dios?
La respuesta no es Jesús, el
Cristo. No caigamos en la tentación de pensar que Dios hará nuestro trabajo,
aunque sea eso, lo que tantas veces esperamos que suceda (y cuando no, nos
molestamos). Él es la luz, nosotros el reflejo de su luz, y mientras más cerca
esté nuestro corazón del de Cristo, más creíble será la luz que iluminará este
tiempo.
“Brille la luz de ustedes ante los hombres, para que el mundo vea sus buenas obras” (Mt 5,16)
No, no hay pérdida. No es un
error de Jesús. Tampoco es un recurso literario de Mateo. Es un imperativo de
Cristo, un llamado de atención, también una invitación y una misión. Y lo más importante
de todo, un acto de fe del Señor. Jesús cree en nuestra capacidad de ser luz
para las gentes y este mundo.
Así pues, la tarea del cristiano
no es sólo ser simple receptor del don de Dios, sino trasmisor de su gracia.
En algún punto de nuestra vida
religiosa hemos de entender que no podemos seguir subyugados por el peso de
unos pecados que ya Cristo perdonó, de una vez y para siempre (aunque en la
práctica los cometamos mil veces).
No somos oscuridad, aunque haya oscuridades en nuestra vida que esperan ser iluminadas por la bondad y misericordia del Señor.
No somos sombra, sino reflejo. Reflejo de esa verdad que nuestra por la fe y nuestro empeño de amar en Dios, va gestando en nuestra vida un Verdad que no es nuestra, sino de Cristo. La que aflora cuando nuestra fe deja de ser solamente confesional y se vuelve experiencial.
Es esa experiencia de Dios, lo que vamos comprendiendo, descubriendo y sintiendo, la que se vuelve sal, que hace que la vida tenga gusta, y la saboreemos nosotros y los que comparten con nosotros.
Estamos ante un tiempo de “demarcado exhibicionismo”. Todo se muestra, a veces hasta con descaro. Se hace evidente la necesidad de reconocimiento, que no escapa de la búsqueda de aprobación (social).
No es modestia ni humildad esconder el bien que se hace. Hoy día hacen falta que las buenas obras de los discípulos de Cristo sean reconocibles; no para ser aplaudidas, sino como fuente de inspiración para muchos. El miedo sigue paralizando a los buenos.
Si la maldad pone su casa en nuestro barrio, vereda o vecindario, y se apodera de todo nuestro entorno, no es porque tenga poder, sólo tiene fuerza; la fuerza que le da nuestra cobardía indiferencia e indolencia.
Si eres capaz de reconocer las necesidades que hay a tu alrededor, entonces queda tiempo y estás a tiempo.
El Evangelio que nos evangeliza es que nosotros somos Evangelio Vivo, para mi y para las personas. Jesús no sólo cree en cada uno, sino que confía en nuestra capacidad, incluso más que nosotros en nosotros mismos.
"Ustedes son la luz del mundo" (Mt 5,14)
Seamos luz, seamos sal, en Cristo hemos recibido la gracia necesaria para serlo; no quedan ya más escusas.
Yerko Reyes Benavides
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