La imagen dice todo lo que quiero expresar en esta pequeña
nota de Espiritualidad.
Pasaba por un lugar donde decía a la entrada de una
iglesia: "Hospital de almas". Y en ese momento pensé, ¿A quién le gusta estar en
un hospital? De visita y por caridad. Pero, de los hospitales lo más lejos
posible, porque cuando necesitamos uno es porque estamos realmente enfermos, y
más con la situación particular que atraviesan nuestros hospitales, en esto
lados del globo terráqueo, que no serán los únicos ni los últimos en estar tan
desprovistos de insumos, porque de calidad humana sobreabundan en su personal
que “hace tripas corazón para atender a la gente que tiene el “infortunio” de
llegar a ellos.
Si no nos gustan los hospitales que curan las enfermedades
del cuerpo, ¿Por qué habría de gustarnos “los hospitales del alma”? Lejos
también de ellos, por la misma razón que la anterior. Sin embargo no podemos
evitar ni evadir que en nuestra vida
haya tribulaciones, atravesemos por momentos difíciles o “enfermemos interiormente”.
¿Pero por qué esperar
a que esto nos pase? Con ello hacemos impopular a Dios incluso para nosotros
mismos, ya que convertimos a Dios en una especia de último recurso para “curar nuestras heridas”. ¿Y si Dios no es eso?
Y no lo es. Es más.
Si Dios fuera el centro de nuestra vida, entonces adraríamos sonriendo más, y nuestra sonrisa sería mucho
más grande y luminosa en los momentos más difíciles puesto que tendríamos la
convicción que no estamos solos ahí, en la tribulación sino que, Dios nos lleva
de su mano. No habría la angustia de la soledad que nos hace compungir nuestro
rostro y con ello alejar a los que no saben del Amor de Dios.
Jesús en la cruz no murió carcajeándose, sería un loco si lo
hiciera, pero murió con la tranquilidad de haber hecho todo cuanto estaba en
sus manos y, con ello, haber hecho la voluntad de Dios, el suspiro, su último
aliento en la cruz, fue de profunda paz, con la convicción de la Resurrección,
aunque su rostro no esbosace una sonrisa su alma estaría rebosante de alegría
en ese amor de Dios.
Hacia allá caminamos cuando intervenimos en nuestra
intimidad y fortalecemos nuestra vida espiritual, nos hace cristianos
atractivos: “¡Miren cómo se aman!” (Hch 4,32-37)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario