sábado, 16 de septiembre de 2017

La Impopularidad de Dios

La imagen dice todo lo que quiero expresar en esta pequeña nota de Espiritualidad.

Pasaba por un lugar donde decía a la entrada de una iglesia: "Hospital de almas". Y en ese momento pensé, ¿A quién le gusta estar en un hospital? De visita y por caridad. Pero, de los hospitales lo más lejos posible, porque cuando necesitamos uno es porque estamos realmente enfermos, y más con la situación particular que atraviesan nuestros hospitales, en esto lados del globo terráqueo, que no serán los únicos ni los últimos en estar tan desprovistos de insumos, porque de calidad humana sobreabundan en su personal que “hace tripas corazón para atender a la gente que tiene el “infortunio” de llegar a ellos.

Si no nos gustan los hospitales que curan las enfermedades del cuerpo, ¿Por qué habría de gustarnos “los hospitales del alma”? Lejos también de ellos, por la misma razón que la anterior. Sin embargo no podemos evitar  ni evadir que en nuestra vida haya tribulaciones, atravesemos por momentos difíciles o “enfermemos interiormente”.

 ¿Pero por qué esperar a que esto nos pase? Con ello hacemos impopular a Dios incluso para nosotros mismos, ya que convertimos a Dios en una especia de último recurso para “curar nuestras heridas”. ¿Y si Dios no es eso? Y no lo es. Es más.

Si Dios fuera el centro de nuestra vida, entonces adraríamos  sonriendo más, y nuestra sonrisa sería mucho más grande y luminosa en los momentos más difíciles puesto que tendríamos la convicción que no estamos solos ahí, en la tribulación sino que, Dios nos lleva de su mano. No habría la angustia de la soledad que nos hace compungir nuestro rostro y con ello alejar a los que no saben del Amor de Dios.

Jesús en la cruz no murió carcajeándose, sería un loco si lo hiciera, pero murió con la tranquilidad de haber hecho todo cuanto estaba en sus manos y, con ello, haber hecho la voluntad de Dios, el suspiro, su último aliento en la cruz, fue de profunda paz, con la convicción de la Resurrección, aunque su rostro no esbosace una sonrisa su alma estaría rebosante de alegría en ese amor de Dios.

Hacia allá caminamos cuando intervenimos en nuestra intimidad y fortalecemos nuestra vida espiritual, nos hace cristianos atractivos: “¡Miren cómo se aman!” (Hch 4,32-37)


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