Algo por lo que me he preguntado desde hace tiempo y más recientemente me ha intrigado, es descubrir el sentir real de Jesús hacia los fariseos y escribas con los que mantiene tantas diferencias, manifiesta bastantes reservas y los confronta habitualmente.
Ya no podemos sostener la premisa que ellos eran per se “mala gente” porque eso no era y nunca fue así. Fariseos, escribas, la casta sacerdotal incluyendo al sumo sacerdote, los ancianos del pueblo y otras personas pertenecientes a grupos o castas de autoridad y de poder con los cuales Jesús se confrontaba no eran gente de mal proceder, aunque su actuar muchas veces estuviese equivocado, tal como lo hace notar Jesús cada vez que los enfrenta.
No seamos inocentes tampoco en lavarles la afrenta, puesto que si Jesús los interpela reiteradamente es que algo no andaba bien en ellos, tanto como individuos que actúan bajo un código compartido, así como en grupo articulado que establece los códigos de comportamiento.
Para abordar el tema en cuestión, necesario es que nos desprendamos de la animadversión adquirida, heredada de la historia que a todos ellos los ha desdibujado y les ha cargado de características desdeñosas. Hoy día es común referirse de una persona hipócrita con el apelativo de fariseo o al actuar falsamente como de un proceder farisaico.
Los autores sagrados sentaron las bases para esta mirada despectiva a estos grupos de poder con los cuales habitualmente chocaba Jesús, su mensaje y su enseñanza.
Si miramos grosso modo los Evangelios no hay ninguna alabanza, alago, consideración o reconocimiento hacia ninguno de ellos de parte de Jesús o alguno que formara parte del entorno del Maestro.
Hay todo un apartado que los autores sagrados dedican a estos personajes de la vida cotidiana del Israel del tiempo del Mesías Nazareno en el que son duramente interpelados, siendo este un imperativo llamado a la conversión de aquellos quienes se estimaban a sí mismos como guías y modelos de comportamiento moral, social y religioso para el pueblo.
¿Esto es sin más así? ¿A qué obedece tal animadversión?
Pongámoslo en lenguaje coloquial: ¿Jesús les traía ojeriza o les tenía tirria; era cuestión de mala voluntad de su parte, una especie de resentimiento en contra de ellos?
La respuesta es un rotundo no con respecto al sentir y pensar de Jesús. Sin embargo, dista del sentir de algunos de ellos con respecto a Jesús, que ven en él a alguien que pone en riesgo la prevalencia y continuidad de su autoridad y poder.
Una luz de comprensión la encontramos si pasamos del texto a los autores del texto e indagamos en las razones que tenían para dejar registro insistente de esta confrontación reiterada. Encontraremos pues que una entre otras razones, obedece al proceso de adaptación del cristianismo emergente post Pentecostés que relee el hecho histórico y lo reinterpreta para impulsar su presencia, arraigamiento y crecimiento en un tiempo y circunstancias hostiles.
Esta necesidad adaptativa no menoscaba la veracidad histórica de la confrontación entre Jesús y estás figuras de autoridad del pueblo de Israel.
Dejando a los autores y volviendo propiamente al texto, surgen otros cuestionamientos: ¿Por qué Jesús no los evita? ¿Por qué no rehúye de sus insidiosas insinuaciones, argucias y trampas? ¿Por qué incluso los interpela con dureza?
Descartado el resentimiento como motivador, o la mala voluntad como justificación, evidentemente Jesús, hombre de criterios y crítico de los circunstancias de su época, confronta reiteradamente a estos grupos y castas de autoridad por sus más que evidentes incongruencias, por sus múltiples deslices en cuanto a sacar provecho de su posición de privilegio, sus incoherencias entre lo que predicaban y lo que imponen a la gente y que ellos mismos ni se interesaban en hacer.
En Jesús hay un verdadero interés por el cambio
Si nos detenemos a leer y meditar específicamente el texto de Mateo (Cf Mt 23,13-28), nos encontraremos con una elegante, directa, frontal y contundente manera de dejar en evidencia las irregularidades en las que incurrían estos hombres tenidos (muchas veces temidos) por intachables e irreprochables.
En este discurso, Mateo recoge, probablemente lo que fuera el pensar, sentir y decir de muchos que no se atreven a la interpelación directa tal como lo hace Jesús. No obstante, lo de Jesús no es una observación o crítica, tampoco un acto de beligerancia, sino un llamado de atención en nombre de Dios; una interpelación de autoridad, una invitación a la conversión.
En Jesús hay un verdadero interés por el cambio que comienza justamente en los líderes, los guías, los llamados a servir y no a ser servidos, pues ese es el sentir de Dios del cual él es sabedor.
No está demás decir que no es este el único texto que nos remite a esta confrontación, pero si el más representativo.
Así pues, los cuatro Evangelio dejan huella de esta situación, que en su punto dejará de ser informativa y se constituirá en una referencia para todo aquel que se halle en situación de autoridad o poder en su caminar de fe.
En medio del conflicto surge la inquietud
Ahora bien, hagamos una lectura espiritual de este conflicto pues la voluntad de Dios ha de aparecer también en él. Para ello nos serviremos de dos textos que no perteneciendo a esta situación pueden ilustrar nuestro entendimiento y mejor aun darle criterios de valoración apropiados para nuestra practica de vida.
En el primero nos encontramos a los discípulos reprendiendo a alguien e impidiéndole seguir obrando según la autoridad conferida a los discípulos, por no pertenecer este al grupo de los apóstoles (abro un paréntesis para animar al lector a ir al texto en cuestión y leerlo detenidamente: Mc 9,48-50 // Lc 9,37-39).
Jesús sin perder el buen ánimo que le caracterizaba, tranquiliza a Juan, quienes es el interlocutor directo de esta situación, y le hace ver que si está obrando según el bien afín a su enseñanza, aun no perteneciendo formalmente al grupo no lo hace un enemigo al cual aniquilar.
Obrar acorde al deseo de Dios está más allá de grupos, de asociaciones, estructuras organizativas, incluso –siendo fieles al pensamiento de Cristo- de religión. Esto nos siempre está claro en todos.
El problema surge, y es en lo que Jesús insiste, cuando quienes por su identidad deberían ser personas de bien, justas y nobles no lo son y se aprovechan de su investidura para su propio beneficio.
Hemos de decir acá, que Jesús no estaba en contra del fariseísmo per sé, sino de aquellos que valiéndose de su estatus, tergiversaban la voluntad de Dios a su conveniencia. Hoy día no nos escapamos a esta tentación en los ambientes de fe y religión.
En lo personal me preocupa mucho que se desprestigie, se desvalorice, se menosprecie e incluso se persiga a quienes no perteneciendo al catolicismo hacen todo por vivir acorde al bien y a la bondad, al amor y la solidaridad, a la verdad y la justicia, esforzándose a daría para traer al mundo conciliación y paz.
¿No son acaso “los demonios” de la violencia, la injusticia, la corrupción, la mentira, la indolencia, la vanidad, entre otros muchos que atentan contra el mismo ser humano a lo que los discípulo de Cristo están llamados a expulsar del mundo?
No, no se espera, y muchos atrapa desprevenidos, que las miserias del mundo también se encuentren de primer orden y a veces con ensañamiento en los ambientes de religión, donde –supuestamente- Dios es la inspiración y la razón de vida de los que allí se congregan.
Ante esta situación Jesús nos seguirá recordando que la persona, el ser humano es el bien preciado que está por encima incluso de la ley: puesto que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Cfr Mc 2, 23-28).
El segundo texto al que nos referiremos es uno bastante conocido que a mi modo de pensar es un referente espiritual en la vida del cristiano.
Si Jesús nos llamó a estar con él, no fue para que repitiéramos lo que ya estaba presente, sino para ser punto de quiebre y lugar de transformación por la búsqueda permanente de la perfección dada en Dios.
“No sea así entre ustedes”
(Lc 22, 26).
Nos basta sólo esta afirmación para despertar en nuestro interior el deseo de mirar a Jesús fijamente y tratar de descubrir lo que está escondido en su mente, alma y corazón.
Si hay un consenso en los especialista es que la misión encomendada por el Padre a Jesús no es desafiar el orden establecido, sino trascenderlo y hacer que la humanidad toda aspire a esa trascendencia.
No quiso cambiar nada y lo cambió todo
Obviamente, el texto antes citado está dentro de un contexto, que hay que revisar. Sacar de contexto una idea da como resultado interpretaciones irreales, distorsionadas e incluso peligrosas.
Jesús define el discipulado como un camino distinto al camino que transitan los hombres por el mundo: de enfrentamientos, competencia, dominación, búsqueda de poder y riquezas, fama, privilegios, servidumbre y servilismo.
El caminar del discípulo en lo personal y en lo asociativo será un caminar marcando distancia y diferencia a todo lo anterior: “Entre ustedes no sea así” es la clarísima visión de Jesús de un “estar en el mundo si ser del mundo” (Cf Jn 15,18-21) y los fariseos y todos los aludidos habían olvidado y plagándose en su proceder (tantas veces hipócrita, encubierto y enmascarado por la apariencia) al mundo, arrastrando consigo el lugar que les permitía a ellos y todo hombre y mujer de fe la trascendencia.
Lo de Dios
“No basta decir: Señor, Señor” (Cf Mt 7,21-23) decía en ocasiones Jesús, para dar a entender con ello, que la vida de fe es más que sólo palabras desconectadas de la vida.
Jesús habla al corazón, habla con razón, con proporción y con argumentos. Lo hizo en su tiempo y lo sigue haciendo hoy día; y más férrea se vuelve su palabra y su lucha cuanto más altos y encumbrados son aquellos que olvidan que su razón de ser está en Dios al que expulsan de sus corazones pero del que se sirven a destajo.
No son pocos los que se aferrarán a la tradición y las costumbres garantes históricos de lo que ha funcionado a través del tiempo.
Habrá otros tantos que se quedarán con la norma, la ley y la rúbrica que garantiza un comportamiento aceptable y aceptado. Algunos más se decantaran por la estructura y el sistema sostenidos en el culto, el templo y la jerarquía.
Todo esto no deja de tener visos de aquel “Señor, Señor” que justifica pero que no deja en claro si se refiera a Dios o al Cesar entronizado de turno (Cfr Mt 22, 15-21).
Pero para ser fieles a la propuesta de Jesús esto no basta. Como no basta la fe sin obras, en ello coincidiremos con el apóstol Santiago (Cfr Stg 2, 17-22).
Acá no se trata de la moneda, del tributo o del César; “cada quien con su cada cual” y eso incluso nosotros lo tenemos claro.
Negarse a explorar, buscar, indagar como actitudes para la transformación –conversión- y la perfección es ir en la dirección opuesta al camino, la verdad y la vida que nos muestra Jesús, y que él mismo recorrió primero.
Así pues, dar a Dios lo que es de Dios es estar dispuesto a entregarle a él lo que él primero nos ha dado a cada uno, lo más valioso, aquello que nos hace semejantes a él, lo que incluso nos hace uno con él: el corazón, su perfectibilidad y todo lo que en él se consienta.
Yerko Reyes Benavides
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