Así comienza una de las “Décimas” más hermosas escritas, para la más hermosa flor que en el jardín de esta humanidad nuestra, Dios sembró con especial amor y cuidado.
La pureza es una cualidad que evoca santidad. La santidad de quien la posee, dice de su alma, de su mente, de su corazón y de sus sentimientos; también abarca la nobleza de sus pensamientos y de sus emociones, carácter y personalidad; y aunque sea lo de menos, pero a lo que más importancia se le ha atribuido, puesto que ha estado sobrevalorada –e históricamente así ha sido- hasta por encima de las demás: la virginidad y castidad del cuerpo.
Cuando el autor, “un poeta anónimo” del siglo XVI o quizá XVII, no de aquellos famosos escritores de la época, sino más bien uno que utilizaba la prosa como medio para sobrevivir en un tiempo complejo (finales de la Edad Media y comienzos del Renacimiento), trazó los estribillos de esta poesía de su puño y letra, dedicada con veneración, respeto y sobre todo un gran amor hacia la Virgen María, no estaba en situación de imaginar y ni en sus más extravagantes sueños visualizar, que su sentir expresado en tan exquisitas pero sencillas líneas se convertiría en una de las oraciones más conocida y repetida de la historia.
Al escribirla, tampoco estaría en su mente el debate que ya ocupaba la discusión de teólogos y dogmáticos, en manuales y textos, y que tanto para él, como para la gente sencilla, no necesitaba de cátedras y dogmas, para proclamar lo que la Iglesia siglos después aseguraría como parte de lo que la fe, proclama sin equivoco:
María, la Madre de Jesús, también Madre nuestra por decisión divina, es entre todas la mujeres: Pura, Inmaculada y Santa y, en ella no hay mancha alguna de pecado, ni cometido, ni por herencia; ni en su alma, mucho menos en su cuerpo.
El poema de este anónimo trovador de la fe, nos hace cantar, con sencillas rimas, lo que sólo con los ojos del alma, y la inteligencia del corazón se puede contemplar de aquella mujer que exalta nuestra naturaleza humana, entregada por entero a la acción y a la gracia de Dios.
En lo personal trato de imaginar a este desconocido autor, que probablemente no quiso firmar su obra, no por un sentido escrupuloso de humildad, sino porque no le pareció relevante, que llevara su nombre, y así su canto enamorado a celestial princesa, pudiera ser proclamado, sin pena ni reserva, por cualquier corazón apasionado de la hermosura exaltada de la Madre de Dios.
Ese es el sentido con el cual hemos decir esta hermosa prosa a María.
Quizá ya han sido muchas las veces que esta oración haya formado parte de tu oración.
Quizá, la digas como una fórmula complementaria para dar cierre a otra oración dedicada a la Virgen María, tal como el Rosario.
Quizá, cuando la dices, no vibras de emoción como el autor, cuando al terminarla de escribir, no dio crédito que algo tan bello pudiese salir de su mano, pero si duda, si de su corazón.
Quizá, no te has detenido a pensar, en lo que dices a tu Madre del Cielo cada vez que la rezas.
Quizá no sepas que la oración que tú conoces, no finaliza como tú la terminas; pero que independientemente de ello, no le resta mérito ni belleza al sentido espiritual que ella tiene. que te pone al servicio incondicional de aquella que se hizo la “esclava del Señor”, por quien tú también te consagras a Dios en todo tu ser.
Quizá no sepas que esta oración es para comenzar el día, y tiene mayor fuerza espiritual si la haces al comienzo de tu jornada.
Quizá… ya sea momento que la digamos juntos, bien despacito, sintiendo en lo profundo de nuestro corazón lo que con ella le decimos a nuestra Madre: la Dulce Muchacha de Nazaret:
"Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza.
A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María,
yo te ofrezco en este día, alma vida y corazón.
Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía".
Amén.
Yerko Reyes Benavides
Post Escritum:
La oración tal cual como está escrita es como se conoce en su versión original. Sin embargo, esta oración ha acogido en su prosa varias formas de finalizarla. Añadidos que le agregan un sentir y un pedir adicional de quien la reza.
Versión A:
Mírame con compasión, no me dejes; Madre mía,“morir sin confesión en la última agonía”.
Versión B:
"Mírame con compasión, no me dejes; Madre mía,y danos tu santa bendición,que nosotros la recibimos:en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.
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