miércoles, 6 de mayo de 2020

Hablando de "pastores"

¿Pastor u Oveja? ¿Con cuál me identifico? 


Hoy día esta alegoría o metáfora sigue siendo muy utilizada en ambientes de religión. 

No necesitamos ahondar en detalles en lo que significa o representan los términos “pastor”, “ovejas” o “rebaño”; dentro del contexto mencionado lo entendemos bastante bien, y de inmediato nos pone a pensar, con un dejo de nostalgia en la persona de Jesús, a quien corresponde la identidad, la tarea y misión de “pastoreo”. 

Sin embargo, en esta época de concreto y asfalto, donde muchos, no han visto en su vida, en persona un ovino: ¿tiene sentido espiritual hablar de “pastores y ovejas" y su consabido contenido metafórico? 

Instintivamente movidos por un sentido religioso algo ingenuo, nuestra respuesta será un contundente: “si, por su puesto”. Y quizá, en mi credulidad también coincida con esta respuesta; mas no dejo de pensar en Jesús utilizando esta figura para referirse a situaciones muy peculiares de su propio tiempo (salvando las semejanzas, dista mucho de ser el nuestro). 

Una expresión que me detiene y llama a la meditación es aquella del evangelio en la que se nos refiere a un Jesús movido por la compasión que asiste y atiende a la gente pues la siente como “ovejas sin pastor” (Cf. Mt 9, 36).

Y aunque parezca no tener propósito que el pensamiento se detenga en un detalle, a primera vista irrelevante, me pregunto ¿cómo se comporta una oveja sin pastor? 

De una oveja con pastor, sabemos por el mismo Evangelio algunas cosas: conoce la voz del pastor, reconoce su presencia y lo sigue sin oponer resistencia; camina detrás del pastor, y confía en su criterio. Sin embargo, esa misma confianza la expone ante el pastor perverso y malvado, que abusa de ella, la maltrata, usufructúa de sus bondades, la esquila y abandona. Del ladrón es incapaz de defenderse, y muchas veces es sacrificada sin oponer resistencia (Cf Jn 10, 1-10).


De los pastores se ha hablado mucho, y no tanto de las ovejas; a ellas las tenemos como actores secundarios, siempre objetos, pocas veces sujetos de nuestra atención. 

Cuando lo pienso mejor, no, no me identifico plenamente con la oveja; pero tampoco lo hago con el pastor. Lo que si hago, cuando lo pienso bien, es sacar en limpio algunos elementos que favorecen mi vivir espiritual: 
Del pastor: su diligencia, su bondad, su compasión e incluso su ternura. Su capacidad para saber identificar a las ovejas de su rebaño; su especial cariño al darles un nombre propio; su preocupación por el bienestar de ellas. También, dedicarles su tiempo, empeño y esfuerzo, su donación y sacrificio e incluso ponerse a sí mismo en riesgo para salvaguardar a su rebaño. La empatía que genera su presencia, y la sensación de seguridad que proyecta. 
Si de estas virtudes, recogiera algunas, no harían de mi un “sobresaliente líder o maestro”, sino una mejor persona. 
De la oveja: su confianza, su natural inocencia y hasta ingenuidad, su docilidad, su mansedumbre:; su fidelidad, apacibilidad, y también su humildad y entrega. Por otra parte, recojo su libertad para relacionarse sin prejuicios, para no guardar recelos o mantener resentimientos, y darse a si misma sin reservas. 
Si de estas virtudes, recogiera sólo algunas, no harían de mi un “extraordinario discípulo” sino un verdadero amigo. 

Y, llegando al final de este escrito, vuelvo sobre la pregunta del inicio: 
¿pastor u oveja? 
Ni pastor, ni oveja: sino un poco de ambos. 

Yerko Reyes Benavides

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