"Amados, amémonos unos a otros,
porque el amor es de Dios,
y todo el que ama es nacido de Dios
y conoce a Dios.
El que no ama no conoce a Dios,
porque Dios es amor.
En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros:
en que Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo
para que vivamos por medio de El"
(1Jn 4,7-9)
Preguntarnos sobre el amor de Dios es indagar en la esencia misma de su divinidad: imposible para el intelecto vislumbrar aquello que está más allá de su capacidad y competencia.
Sin embargo, y es el ejercicio que muchos han hecho: se puede atribuir cualidades que aun siendo propiamente humanas, por su nobleza, y el bien y la belleza superior que en ellas se contiene y manifiesta, vemos la huella de Dios y, sin lugar a dudas decimos, esto nos habla de Dios por quien fuimos hechos a su “imagen y semejanza”.
Estas líneas no pretenden ser una especulación ni teológica, ni tampoco filosófica, más bien busca ser un recuento de aquello que deja un gusto a Dios en el alma y en el corazón y, también, por qué no, una insinuación muy sugerente, a que nuestro amor (posible) sea más como el Dios -imposible-, pero por su gracia y oblación, factible.
Dicho sea de paso, en nuestra esencia humana está la perfectibilidad como condición; rasgo fundamental e identificativo de nuestra naturaleza (aunque muchos renuncien a ella y se vayan tras la utopía de la felicidad como razón de su existencia).
Todo en nosotros es perfectible y el amor, no escapa de ello, y por ende, no debería ser dejado al margen de esta cualidad y dinámica de nuestra interioridad, esencial a nuestra naturaleza.
Todo en nosotros es perfectible y el amor, no escapa de ello, y por ende, no debería ser dejado al margen de esta cualidad y dinámica de nuestra interioridad, esencial a nuestra naturaleza.
Volvamos a la pregunta con la que comenzamos estos trazos: ¿Cómo es el Amor de Dios?:
El amor de Dios es atento, generoso y servicial; siempre dispuesto, en constante acción, no se guarda ni tampoco se resguarda, se oculta o es vencido por el miedo a darse (aunque termine crucificado por lo que ama por quien ama).
El amor de Dios nunca es pasivo, siempre está en camino, en búsqueda del que está perdido; sale al encuentro de todos, acoge siempre al que lo necesita, toca la puerta de aquel que incluso no lo requiere.
El amor de Dios es paciente, aunque no espera; es suave como la brisa y tan intenso que quema y en su candor todo se purifica.
El amor de Dios se da sin condición, no tiene restricción, no exige nada a cambio, ni si quiera ser correspondido.
El amor de Dios es libertad, y se da a quien menos lo espera.
El amor de Dios no está sujeto a convencionalismo, ni tampoco se encasilla en prejuicios y cuadriculadas moralidades.
El amor de Dios no es deber, ni un deber, tampoco impone obligación, ni obliga a nadie.
El amor de Dios no somete a pruebas, ni busca crear culpas; tampoco se complace en las penitencias, se escapa de los insanos escrúpulos y huye de la manipulación y los fanatismos.
Dios ama al que quiere, y a Dios lo ama el que quiere. Y aunque en el corazón de Dios todos son acogidos, su amor a los pobres, a los sufridos, marginados, desterrados, perseguidos por la justicia, a los calumniados, a los olvidados del mundo, a los humillados, es de predilección; esa es la prerrogativa de su corazón.
El amor de Dios es amplio, inconmensurable, universal y eterno.
El amor de Dio es noble, limpio y puro.
Transparente y de una sola cara es el amor de Dios; en él no hay segundas intenciones, y aunque busca la transformación del que lo recibe, no es ésta su condición para darse y ser ofrecido.
El amor de Dios es una fuerza incontenible que le desborda a él mismo y a todos cubre y a todo baña en sus aguas.
El amor de Dios es indetenible; por eso su amor no conoce límites, no sabe de fronteras, ni tampoco se restringe, se agota o se consume.
El amor de Dios es constante, nunca es menos, siempre es más y en todo, lo mejor de su divinidad.
El amor de Dios es humilde pero exalta, levanta, eleva y engrandece.
El amor de Dios no toma posesión, no se apropia ni se adueña. El amor de Dios se da a puerta abierta.
El amor de Dios es único, verdadero, real, nunca fugaz, ni mucho menos pasajero. Dios no ama más, sino mejor y, a cada uno en su condición.
El amor de dios no pasa, ni pasará, no se agota, ni se extingue, no se consume ni conoce termino; no tiene principio, no sabe de final, no se engríe ni se ufana, ni tampoco se envilece.
"Así es tu amor;
así es como amas.
Amas sin más,
y así es tu amor por mí.
Que lejos estoy de amarte,
distante del amor con el que tú me amas.
Persiste, Señor, en tu amor por mí;
sólo en tu amor,
amaré como tú amas".
Yerko Reyes Benavides
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