viernes, 14 de mayo de 2021

Lo que está en mis Manos

Trazos a Mano

Seguramente en más de una ocasión te has encontrado con personas, lugares o situaciones que implican para ti, en lo personal, un gran desafío, un reto inevitable, o incluso, se plantan ante ti en forma de interpelación para tu fe.

Con este artículo no pretendo ser ingenuo, ni tampoco iluso, estoy consciente que no siempre y no en todos se da el hecho que la fe sea un criterio fundamental en la manera como se vive o se decide el quehacer cotidiano.

En muchos la fe y la religión, junto con el culto y la devoción son un ropaje, una vestimenta de ocasión, y a veces ni si quiera llega a ser dominguera, pues para algunos creer en Dios no implica estar en comunión con un comunidad; y viven en un less a fare de su fe.

No es raro, entonces, encontrar quienes justifican esta forma de fe individualizada, diciendo que no hay iglesias perfectas, ni comunidades santas. En ello tienen razón, pero olvidan que si no hay iglesias perfectas, ni comunidades santas es porque no hay personas perfectas, ni personas santas, y tú, si eres de los que piensa de esta manera, eres la excepción, como para eximirte de presentar la ofrenda de tus manos y de tu corazón en una de ellas.

La buena noticia, es que si bien no hay personas perfectas, ni tampoco personas santas, si las hay que están poniendo de si sus mejores dones y dotes y buscando permanentemente la gracia de Dios para serlo.

Con lo antes planteado, pasamos al punto que nos ocupa, para no distraer la atención, por más tiempo y argumento a esta “Meditación Fugaz”.

La coherencia entre el decir y el hacer, entre el sentir y el pensar, entre el proclamar y el obrar siempre será requerida para las personas que expresan su fe abiertamente. Pero más allá, del hecho de satisfacer las expectativas de otros, está la necesidad de corresponder a la propia consciencia y ser cónsono consigo mismo, aunque nadie esté viendo.

La fe, sin lugar a dudas es testimonial, pero al primero que se ha de dar testimonio e a sí mismo, para que todo cuanto se diga o e haga sea el resultado del acto maduro de vivir según lo que se cree, y no de creer según se vive.

Teniendo esto en mente, sabemos y seguramente ya lo hemos vivido, que no siempre es sencillo afrontar situaciones desafiantes, bien porque implican un riesgo para nosotros y nuestra integridad o bien porque conllevan un riesgo para otros y su integridad.

Lo que no hemos de hacer, y menos si en verdad queremos vivir a la manera de Cristo, es pasar de largo, hacernos los indiferentes y, mucho menos, cerrar nuestro corazón en la indolencia. Un invitación clara de esto la encontramos en la parábola del Buen Samaritano, texto sagrado en el que se inspira este criterio espiritual del que venimos tratando (Cfr. Lc 10,29-37).


El criterio espiritual, vencida la tentación de la indiferencia, es preguntarnos y actuar en consecuencia a la respuesta obtenida:
“¿Qué está en mis manos hacer para llevar el Amor de Cristo a esta persona, lugar o circunstancia?
Es decir, una sola es la pregunta y esta se adapta según sea la necesidad de encontrar la respuesta que determina el quehacer. Así pues nos queda:
- ¿Qué está en mis manos hacer para llevar el amor de Cristo a esta persona, familia, niño, joven, compañero de trabajo….?

- ¿Qué está en mis manos hacer para llevar el amor de Cristo a esta institución, comunidad, parroquia, sector, empresa, trabajo…?

- ¿Qué está en mis manos hacer para hacer presente el amor de Cristo bajo esta circunstancia de soledad, injusticia, guerra, pandemia, pobreza, desempleo, indigencia, marginación, persecución, enfermedad, duelo…?
En realidad el criterio espiritual no es la pregunta en sí, sino lo que está en el trasfondo a ella, y es, estar del todo claro, que tenemos lo necesario para actuar en amor a Cristo.

Descubrirnos a nosotros mismo en posibilidad de cambiar el mundo, ya es un criterio no sólo espiritual sino que nos hace ser en este mundo otro Jesús.

Yerko Reyes Benavides

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