jueves, 22 de abril de 2021

El Forastero

De Camino a Emaús

“Ese mismo día, dos de los discípulos de Jesús iban a Emaús, un pueblo a unos seis estadios de Jerusalén. Mientras conversaban de todo lo que había pasado, Jesús se les acercó y empezó a caminar con ellos, pero ellos no lo reconocieron.

Jesús les preguntó: ¿De qué están hablando por el camino?

Los dos discípulos se detuvieron; sus caras se veían tristes, y uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo a Jesús: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado en estos días?

Jesús preguntó: ¿Qué ha pasado?

Ellos le respondieron: ¡Lo que le han hecho a Jesús, el profeta de Nazaret! Para Dios y para la gente, Jesús hablaba y actuaba con mucho poder. Pero los sacerdotes principales y nuestros líderes lograron que los romanos lo mataran, clavándolo en una cruz. Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Pero ya hace tres días que murió. Esta mañana, algunas de las mujeres de nuestro grupo nos dieron un gran susto. Ellas fueron muy temprano a la tumba, y nos dijeron que no encontraron el cuerpo de Jesús. También nos contaron que unos ángeles se les aparecieron, y les dijeron que Jesús está vivo. Algunos hombres del grupo fueron a la tumba y encontraron todo tal como las mujeres habían dicho. Pero ellos tampoco vieron a Jesús.

25 Jesús les dijo: ¿Tan tontos son ustedes, que no pueden entender? ¿Por qué son tan lentos para creer todo lo que enseñaron los profetas? ¿No sabían ustedes que el Mesías tenía que sufrir antes de subir al cielo para reinar?

Luego Jesús les explicó todo lo que la Biblia decía acerca de él. Empezó con los libros de la ley de Moisés, y siguió con los libros de los profetas. Cuando se acercaron al pueblo de Emaús, Jesús se despidió de ellos. Pero los dos discípulos insistieron: ¡Quédate con nosotros! Ya es muy tarde, y pronto el camino estará oscuro. Jesús se fue a la casa con ellos.

Cuando se sentaron a comer, Jesús tomó el pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo dio a ellos. Entonces los dos discípulos pudieron reconocerlo, pero Jesús desapareció. Los dos se dijeron: «¿No es verdad que, cuando él nos hablaba en el camino y nos explicaba la Biblia, sentíamos como que un fuego ardía en nuestros corazones?»
Lucas 24,13-32


Es un texto largo que amerita ir poco a poco por él. No en vano la distancia entre Jerusalén y Emaús nos la describe el texto es de aproximadamente 60 estadios, es decir, unos 12 kilómetros aproximadamente.

Para ponernos en el contexto de este recorrido a Emaús sin otra preocupación más que la que alberga nuestro corazón, hagamos este cómputo: una persona promedio camina a una velocidad de 5 kph. Para ir desde Jerusalén serían necesarias al menos 2 horas y media, eso sí, haciendo una marcha normal y sin añadir factores como el terreno y sus variaciones.

Esto, incluso a nosotros nos servirá, para darle chance al forastero que nos hable con la propiedad del extraño que puede decirnos aquello que nos lastima y hiera nuestra susceptibilidad sin tomarlo a modo personal.

De camino a Emaús, dos horas y media en las que Cleofás y el otro discípulo (el autor lo deja anónimo, quizá para que podamos vernos en él reflejados, o sentir que ese discípulo somos nosotros) iban haciendo un viaje pesaroso, con una plática no menos triste que demarcaba su caminar lento.

No se dan cuanta en qué momento, ni cómo a ellos se une otro viajero, al que la pena de aquellos peregrinos le llama la atención y le sirve de pretexto para abordarlos en el trayecto y hacerles conversación:

¿De qué vienen conversando, tan llenos de tristeza? les pregunta.
¡Oh corazón egoísta, cuando la pena te embarga no cobijas otro sentimiento que el orgullo de la razón que te llena de tristeza!
Solo cuando aquel extraño les aborda con su pregunta que sienten penetrante, que no tuvo la intención de lastimarlos, pero les duele, y más los hiere el que haya alguien que no sea consciente de la oscuridad que se cierne por haber dado muerte a aquel que había despertado la esperanza de salvación en el corazón de un pueblo oprimido, sobremanera les sorprende, los descoloca y los trae de vuelta a la realidad del camino que llevan.

Entre paréntesis, no les ha pasado que cuando algo les preocupa, o hay una tristeza que les sobrepasa, desaparece todo alrededor, se camina sin dirección, totalmente en distracción, y tanto es así que se mira sin ver, y sólo cuando algo nos estremece, y nos despierta de un sueño que es más un letargo, nos preguntamos: ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí? Pregunta que bien nos funciona de su sentido literal como metafórico.

No está demás que nos detengamos en este caminar a Emaús a considerar algunos aspectos sobre la pena.

La Pena

La pena tiene unas características que la identifican y necesarias que las sepamos reconocer para no dejarnos atrapar por ella: es envolvente, busca ocupar todos los espacios, hacerse de todos los ambientes de la persona; no deja lugar a otros sentimientos diversos a los afines a su propia condición; es decir, no permite otra emoción y por ello es ególatra, se regodea en sí misma y esquiva toda ayuda; nubla el entendimiento, distrae el pensamiento, ciega la mirada, niega la autodeterminación.

¿Eres el único “Forastero” que no está al tanto de lo sucedido en Jerusalén estos días?

El Forastero ha aparecido en nuestro camino a Emaús.

Te pedí al principio que te ubicaras espiritualmente en el camino de Emaús. Esta vez no vamos, y me incluyo contigo, a ser sólo lectores de un texto ni espectadores de un acontecimiento, sino participes de lo que está sucediendo, que esto nos conmueva y también nos interpele.

Te cuento una experiencia: un día iba caminando por calle de mi ciudad, y en dirección a mí venían dos testigos de Jehová, al verlos agaché la cabeza, pensando que eso me haría desaparecer y no me verían, sin embargo esto no sucedió, estando delante de mí me saludaron con amplia sonrisa y gran amabilidad; sentí lo que sienten muchos, el deseo de cortarlos de plano con un rotundo “no tengo tiempo”, pero eso me haría mentiroso, y un día hice la promesa de no mentir ni si quiera por conveniencia.

Ellos me platicaron de Dios y de su amor, de lo bueno que es y del mucho bien que me haría si lo recibía en mi corazón. Y luego de un par de minutos más de conversación me invitaron al culto del fin de semana en su iglesia.

En algún punto apareció la soberbia del letrado que quiso hacerles ver que ellos no tenían nada que decirme pues yo era un teólogo de oficio, ni nada que catequizarme pues yo era el sacerdote, presbítero de la Santa Madre Iglesia Católica… pero, me quedé callado. No imaginé en el momento lo bien que me sentí, luego de haberme vencido a mí mismo y permitir que la palabra de Dios que quema otros corazones tan diferentes al mío, me recordara cuánto nos ama Dios.

Así pues, valiéndome de lo anterior y haciendo esta meditación del Forastero, una y otra vez, voy sacando ideas para nutrir una espiritualidad auténticamente pascual:
  • Vencerse a sí mismo.
No estoy seguro que haya podido pasar por la cabeza de aquellos dos discípulos, pero puedo imaginar que al igual que nos pasa a muchos hoy, cuando llega alguien ajeno, extraño, desconocido intentando hablarnos de Dios, nuestra reacción instintiva es rechazarlo. Por tanto en una espiritualidad pascual no ha de faltar como práctica constante el vencernos a nosotros mismos.
  • Nutrir la Fe
Tenemos fe, pero nuestra fe es insegura, tambaleante, inmadura. Preferimos evitar la confrontación a buscar nutrirla, fortalecerla, darle argumentos, razones y convicciones que la sostengan aun en la prueba.

El Forastero tan sólo nos ha hecho una cordial pregunta, quizá movido por un deseo sincero de solidarizarse con la pena que llevamos y que a la distancia se nota, y ya ha hecho que se nos estremezca nuestro corazón.
  • Ser Testigos
El camino a Emaús representa espiritualmente el camino no sólo de la fe, sino el propio camino de vida, en el que él nos confronta como discípulos, y nos interpela como testigos.

Sólo con el hecho de que el Forastero se haya puesto a camina a nuestro lado, deja en evidencia tantas cosas que aunque nos cueste, hemos de reconocer con humildad, si queremos que al final del camino nuestro corazón vuelva a arden en amor a Dios, y podamos dar un testimonio creíble, sugerente, atractivo, inspirador.

¿Somos o no somos discípulos?

Es lo primero que hemos de responder. El Forastero escogió acompañar a dos discípulos, no a cualquiera que iba de camino. Tengamos en cuenta esto, ellos no eran los únicos. La tristeza que llevaban no era mayor a la de los demás, ni la necesidad de consuelo más imperiosa que la del resto; sin embargo, a ninguno otro sino a ellas eligió, el forastero, para acompañarlos.

El Forastero

Aquí tocamos un elemento importante de esta meditación: una cosa es ser peregrino y otra muy diferente es ser forastero.
El peregrino pertenece el forastero no. PAROIKEO palabra griega que describe a alguien que está lejos de casa, un viajero, un inmigrante, alguien sin residencia y que sólo está de paso. Así pues, Forastero es la condición del que está en un lugar extraño sin derecho a ciudadanía.
Qué peculiar ha sido la manera de aquellos discípulos de identificar a la persona que les ha preguntado sobre la pena que les embarga y que incluso a la distancia se les nota: ¿Eres el único forastero?

Hemos comido y bebido con él. Hemos escuchado sus enseñanza, incluso hemos estado cuando ha obrado de forma extraordinaria, concediendo el perdón de Dios a los pecadores, sanando a los enfermos, haciendo enmudecer al mismísimo demonio. ¿Qué clase de discípulos somos que no estamos en condiciones de reconocer a nuestro tan aclamado amado Señor?
-Horas Santas, Visitas al Santísimo, Misas de domingo y hasta diarias, convivencias, cenáculos y devocionales, ritos, sacramentos y sacramentales, palmas y agua bendita, cirios y retiros…-
¿Qué clase de discípulo soy?

¿Quién te crees forastero, para dejar en evidencia mi pena y mi aflicción?

- La prefiero antes de dejarme interpelar por la palabra del Forastero?

Una decisión que no se toma una vez sino cada vez.

Así es la entrega en amor al Señor, una decisión que se toma cada vez que él nos estremece dejando en evidencia, que el Dios que en el que creemos es tantas veces, el Dios que nos hemos hecho a la medida de nuestras conveniencias e inseguridades, y que por ser el resultado de nuestra prepotencia, cuando aparece en el camino y se pone a nuestro lado no lo reconocemos, no porque haya cambiado, sino porque en verdad nunca lo hemos conocido.

Y sin perder la compostura, el nuevamente nos explica las escrituras, su designio de amor y salvación…

El Forastero nos interpela fuertemente acerca de la idea de Dios que nos hemos hecho, si ese dios es El que Es o es el que de él nos hemos hecho.

Espiritualmente esto será duro para cada uno, pero sumamente necesario, pues no está en él el que sigamos creyendo en un dios sin vida, que no inspira ni un suspiro de aburrimiento si quiera.

El Forastero, nos recuerda que Dios es una flama que arde en nuestro interior, que de vez en cuando quema, pero siempre mantiene vivo y activo el amor, no importa el tiempo en el que estemos, las circunstancias que atravesemos, más arde cuanto más difícil se nos hace el camino de la vida.

De ello, el Forastero nos hace más que discípulos: testigos.

Yerko Reyes Benavides

… y esto es apenas el inicio del trayecto a Emaús…

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