domingo, 11 de junio de 2017

Dios es un "Como"


En la primera carta del Apóstol San Juan leemos: 
“Dios es amor” 

(1 Jn 4,8b)
Conocemos bastante bien esta cita puesto que incluso hay un canto que se refiere a ella literalmente.

Inmediatamente pensamos que Juan nos está dando una definición sobre quién es Dios. ¿Cuánto tiempo no llevamos en la catequesis enseñándole, no sólo a los niños, sino también a todo el que por ella pasa, esta forma tanta sencilla de “entender a Dios”?. 

Preguntamos: ¿Quién es Dios? y al unísono, la respuesta “Dios es amor”, aplaudimos nuestra astucia y el aprendizaje que queda marcado en nuestro conocimiento por siempre. Igual a todo conocimiento que se hace desde la razón, este también nos da una satisfacción de haber logrado algo. 

Poder responder al qué o el quién es Dios, nos produce una satisfacción en cuanto logramos captar, entender y comprender con la mente la idea, noción y esencia de Dios. Podemos decir, y con virtud, que sabemos algo de Dios. Sin embargo si seguimos mejor el pensamiento que viene desarrollando el Apóstol, nos daremos cuenta de algo que muchas veces omitimos o no nos percatamos de ello. 

Juan no se pregunta quién o qué es Dios; sino que llega a esa conclusión por otro camino, cuando propone que es la experiencia del amor el que nos lleva al conocimiento de Dios. Este conocimiento no es una especulación o es fruto de un razonamiento, sino que se recibe de una vivencia, de una experiencia. 

Vayamos al versículos anterior, el que gesta la conclusión del versículo  8 y nos percataremos de esto: 
“Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios” 

(1 Jn 4,7-8a). 
Lo que nos enseña Juan:


1. Dios no es un qué o un quién. Dios es un cómo. 

El Apóstol no está especulando al hablar de Dios, está hablando de algo que conoce perfectamente, es una vivencia, es un sentimiento arraigado en lo más profundo de su corazón. 

Si nos preguntamos quién o qué es Dios, podremos hacernos de conocimiento, de una idea, más no necesariamente de una experiencia. 

Si nos preguntamos ¿Cómo es Dios? La respuesta será igual pero diferente: Amor. No es lo mismo saber que es amar, que amar. 

2. Dios está habita el Corazón

Lo segundo que nos enseña Juan, para encontrarnos con Dios no necesitamos buscarlo lejos de nosotros. Hacer una abstracción de algo que no vemos, no palpamos. 

Para encontrarnos con Dios primero hemos de encontrarnos con nosotros mismos. El punto de partida para el conocimiento no está en las nubes, está en nosotros mismos. 

Del Cómo es Dios: Amor. Pasamos a la siguiente interrogación (experiencial más racional): ¿Cómo es el amor de Dios? 

Aquí corremos la tentación de desenfocarnos buscando un ideal o lo ideal. Nos salimos otra vez, nos dejamos fuera. Para encontrar a Dios hay que buscarlo dentro de nosotros, ya lo decíamos arriba. La respuesta a esa pregunta no es una especulación. Así no sentiremos jamás el amor de Dios. Es mi vivencia del amor. Y no, no se trata de discurrir en cómo Dios me ama, sino en Cómo amo yo. 

Soy lo que Dios es y hace de mi: Amor en el Amor

Lo tercero que encontramos en el mensaje que nos trasmite Juan es esta carta es que  el Amor es la clave de lo que es Dios y de lo que somos nosotros; de lo que busca y hace Dios en la eternidad y de lo que somos, buscamos y queremos nosotros en la historia. 

Lo que define a Dios no es un qué sino un cómo; lo que nos define a nosotros también no es un qué sino un cómo. Y lo que mejor nos define es el amor. Porque somos como Dios. No exactamente iguales a Él, pero sin Él no seriamos, porque no existiríamos. Aquí podemos parafrasear aquel dicho popular: “Dime cómo amas y te diré quién eres”. 


En lo personal, meditando en este misterio hermoso, los pensamientos se me van en muchas direcciones. Pienso en la Santísima Trinidad, (Solemnidad que hoy cuando estoy escribiendo este artículo se celebra) y puedo entonces descubrir un poco más de Dios en su unidad y trinidad: 
El amante, el amado y el amor; Padre, Hijo y Espíritu Santo. 
Todo me cambia. La mayoría de las veces miramos y sentimos a Dios como un quién, cuando Él es un constante y eterno cómo. 

Pienso en el perdón, en la reconciliación, pienso en cómo nos entendemos, relacionamos y convivimos. Entonces el perdón, la misericordia, la reconciliación siempre estarán allí delante de nosotros como un camino, como una puerta que atravesar. 

Le doy la razón a Dios de no haber perdido la esperanza con nosotros, y de seguir dándonos nuevas oportunidades. Entiendo que no hay hombre malo en esencia, porque no hay hombre que no ame a alguien. Ni el más malo y ni el más perverso de los hombres está excluido de esta realidad, de esta verdad, puesto que a alguien ha de amar, y si a alguien ama, podrá encontrar el camino de la redención.

Pienso en el aquí y en el ahora, donde muchos se sienten desconsolados por lo que estamos pasando. 

Pienso en los que han perdido la esperanza, en los que se sienten llenos de odio, rabia y resentimiento. Hay esperanza. Estamos en este aquí y en este ahora porque “no somos lo que somos en verdad”.

Pienso en cómo hemos de emprender un camino difícil de reencontrarnos y reconocernos. Destruir es fácil, construir es lo complejo y es lo que nos viene inminentemente.

Pienso en los niños y en la oportunidad que tienen de descubrir y crecer sin miedos, sin resentimientos, siendo lo más humanos y divinos que pueden llegar a ser. 

Pienso, y esto me pone en el camino de un cambio, conversión, o como a mí me gusta llamarlo metanoia. Juan nos dice cómo.

Ahora hazlo tú. Medita. Déjate llevar a las profundidades de tu ser, allí es donde Dios se esconde a plena vista. 

Yerko Reyes Benavides

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