I Parte
Lucas 6,17-26
“Bajando con ellos, Jesús se detuvo en un llano. Con él estaba un grupo impresionante de discípulos suyos y un pueblo numeroso procedente de toda Judea y de Jerusalén, como también de la costa de Tiro y de Sidón.Habían venido a oírlo y para los sanará de sus enfermedades. Sanaba también a los atormentados por espíritus malos, y toda esta gente trataba de tocarlo porque de él salía una fuerza que los sanaba a todos.Él, entonces, levantó los ojos hacía sus discípulos y dijo…”
“Bienaventurados”
Caras vemos, corazones no sabemos y era necesario que ante aquella muchedumbre, Jesús diera algo más que un discurso, una lección o hiciera una apología.
Y así fue aquella tarde al bajar de la montaña. Y así sigue siendo hoy, que Jesús, el Maestro, el Mesías y nuestro Señor, llegue a lo más íntimo de nuestro ser, toque nuestra alma y renueve la esperanza, de esperarlo todo en Dios y confiar en su designio de amor.
El llamar Bienaventurados a aquéllos, no fue sólo un decir, palabras al viento, ni tampoco, un acto demagógico de su parte, cuya intención es de procurar la adhesión de una masa; sino llegar al corazón de cada persona y despertar en cada una, la fe, ilusión y, más que nada, la confianza de que ya se están cumpliendo las promesas hechas por Dios desde el inicio; con Abraham, pasando por Moisés y los Profetas.
Bienaventurado es el adjetivo calificador del sustantivo Bienaventuranza, que proviene del vocablo latino: “Bienaventurar” y significa, “prosperidad o felicidad humana”.
Sin embargo esta acepción del término, no nos es sugerente, puesto que la noción que tenemos está más dentro del ámbito religioso y del contexto bíblico.
Añadamos algunos elementos más a esta noción básica, arrojarán ideas a nuestra meditación:
1. Bienaventuranza, llamada además, “macarismo”, es un género literario, presente en varios escritos tantos del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento.2. A este género los autores, recurren para expresar una felicitación por tener una cualidad o comportamiento grato, en virtud al deseo o voluntad de Dios.El ejemplo más reconocido de este género literario lo encontramos en las Bienaventuranzas manifestadas por Jesús.Expresar una bienaventuranza, no trata de conceder una bendición, o idealizar una condición específica de vida; sino, hacer una clara, directa y puntual invitación, a seguir el camino de virtud que procura dicha situación, estado o condición.3. Así pues, entendemos, las Bienaventuranzas, es decir, cada una de las ocho fórmulas de felicidad espiritual que Cristo proclama a sus discípulos, como ideal de vida.4. Y un elemento adicional, el más importante: Jesucristo, el Hijo del hombre, es el Bienaventurado por excelencia.
Y ya ha llegado, él está en medio de todos y es el consuelo de lo alto.
Jesucristo es quien nos hace bienaventurados con su gracia, amor y bendición.
“Bienaventurados los pobres”
“Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios”(Lucas 6,20b)
Dijo mi profesor de teología: “las bienaventuranzas son la razón de ser del Evangelio, las que le dan contexto y proyección a la acción de Cristo”.
Yo, en aquel momento, como tú, ahora que me lees, no entendí nada. Pero te comparto, con la humildad que amerita la consideración siguiente: sólo pateando calle se entiende; después, al final, se entiende, y quizá ahí, tú tengas mucho para compartir conmigo.
Lucas (el evangelista de nuestra referencia) es más conciso a la hora de presentar este plan programático de Cristo, sin embargo, al igual que Mateo, las encabeza, con la bienaventuranza a los pobres.
Esto me dejo pensando, pero a propósito de este artículo, no es teología lo que abundo mis ideas, y lo que voy a exponerte no es cátedra, ni tampoco una teorizada sugerencia, sino experiencia:
Nadie hay tan pobre que no tenga un abrazo para consolar.No hay nadie que por muy mal que ande en lo material, no abunde en sonrisas; al menos una para animar al que la desesperanza ha abatido.Pocos son los que no tienen sus piernas y píes bien dispuestos, para acompañar al que camina en soledad.Tampoco la pobreza toca los oídos y al tiempo de más, para escuchar al que necesita un consejo y desahogar sus penas.Miro mis manos, y caigo en cuenta, que no son expresión de pobreza, pues están ahí para ayudar; para levantar al que ha caído y sostener al que está a punto de irse al suelo.Y si por cosas de este mundo, todo esto faltará, nadie hay tan pobre, que no tenga en su corazón el Reino de Dios, para derramarlo en abundancia.
Esto – las bienaventuranzas – no es promesa, no es que va a suceder algún día , ni llegará con la parusía.
Por Cristo, los pobres ya somos bienaventurados.
Y aquí, mi apreciado lector, comienza tu caminar al lado del Señor.
Yerko Reyes Benavides
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