En lo que va de noche he visto muy bonitos y creativos mensajes, saludando al año nuevo, deseando bienes y bondades; llamando al destino y sus augurios.
Hoy yo quiero algo distinto, algo diferente para ti que venga de mi corazón y exprese su sentir más profundo.
No basta decirte: feliz año nuevo; pues eso es simplemente insistir en el capricho del tiempo que se vuelve efímero al consumir sus horas, minutos y segundos.
Hoy, cuando la tierra completa un ciclo y se dispone a continuar en su movimiento imperturbable, para ti quiero algo más que un presagio; para ti quiero la bendición, y no la que puedo impartir yo, sino la Bendición de Dios.
No es cualquier bendición, esta es una muy especial; es la primera, dada por boca del mismo Dios a Moisés (Números 6,22-27), con la que Aarón y sus descendientes bendecirán a todo el pueblo amado del Señor.
Así pues, no quiero alimentar el mito de un “año feliz” que la tierra en su traslación no puede conceder.
Para ti, que eres mi familia, mi hermano, mi hermana, mi amigo por la gracia de Cristo; para ti, sólo para ti quiero, y no por un instante, ni el suspiro de las doce de la noche de hoy, sino cada día, todos los días, hasta el final de tus días: esta bendición de Dios.
Con amor hoy te la doy…
“Que el Señor te bendiga y te guarde.
Haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su gracia.
Vuelva hacía ti su mirada y te conceda la paz”.
Amén
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