jueves, 5 de marzo de 2015

Itinerario de Reconciliación Espiritual. Aprovechando la Cuaresma. Parte I

“En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios”
(1Cor 5,20-21)

Tomando como referencia este pasaje de la Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios, en el cual nos invita a la Reconciliación con Dios, en este tiempo de Cuaresma, nos proponemos hacer un camino de encuentro con Dios y, si todo nos sale bien, con nosotros mismos,  

          Se preguntará el más versado, ¿Por qué comenzar el recorrido aceptando una petición de Reconciliación con Dios? ¿Es que acaso, lo primero que podemos afirmar de nosotros mismos es que somos seres no reconciliados?, si es así, ¿no sería mejor iniciar este camino espiritual directamente desde nuestro mismo ser, desde nuestra intimidad? y ¿Por qué comenzar con algo tan complejo como lo es la reconciliación? ¿No sería preferible dar los primeros pasos tratando de establecer ese referente conceptual sobre nuestra propia humanidad?

Son muchas preguntas para un párrafo introductorio. Sin embargo, necesarias para determinar, por el momento nada, es decir, que a pasar de la pertinencia de su formulación, van a requerir un poquito más de trabajo meditativo para ser contestas. 

         Cada uno de nosotros tiene una ligera noción de quién es. Sabe responder a la pregunta ¿Qué dices de ti mismo? Hagamos la prueba, detente un momento, cierra este manuscrito, silencia los ruidos que posiblemente haya a tu alrededor, y más importante aún, los ruidos que hay en tu interior. En este momento, el pensamiento te estará llevando a hacerte algunos planteamientos o cuestionamientos, seguramente te estarás preguntando sobre la utilidad del ejercicio que te estoy proponiendo y que seguramente ya has intuido. No importa, realízalo de igual manera. Ahora si, aparta luego de leer estas líneas por un momento este escrito, y respóndete a ti mismo: ¿Quién soy yo?

Este ejercicio novel de meditación, no tiene como intención que descubras las esencialidades de tu ser, ni mucho menos que navegues por profundas aguas filosóficas, tratando de descubrir los secretos y misterios de la naturaleza humana. Este ejercicio se trata de que te des cuenta que sabes responder a esa pregunta, conoces algo de ti mismo (o al menos tienes una vaga y difusa idea). Por ende partimos ya de una noción: "Soy". Hay algo de nosotros, que conocemos, de lo cual podemos dar razones, de lo que sentimos, lo que configuran nuestras ideas y pensamientos, incluso si tuvimos tiempo al responder la pregunta aparecieron nuestros sueños y anhelos, así como también nuestras dudas y temores.

Esto que conoces de ti mismo, es ya suficiente para iniciar en otro punto nuestro camino reflexivo hacia Dios y hacia nosotros mismos. Este itinerario, por su puesto  va a llevarnos en algún momento del recorrido a volver sobre estas mismas preguntas que ya nos hemos formulado. A final de cuentas se trata de un camino que nos lleva a nuestra intimidad, a acercarnos a la naturaleza misma de nuestra existencia y reconciliarnos interiormente. Es un recorrido espiritual, no hay duda de eso. Y como jornadas de un trabajador que pone de si las mejores de sus virtudes para realizarlo eficazmente, así también aquí serán necesarias nuestras mejores talentos para sacarle provecho al máximo a este recorrido. 

Valga la insistencia, ya tenemos un referente, lo que sabemos de nosotros mismos. Ya te habrás dado cuenta que el saber quienes somos es fundamental para la reconciliación. Pero volvamos a la idea principal de este capítulo, que se apertura con la invitación a la Reconciliación con Dios. Ahora si, hagámonos algunas preguntas pertinentes al tema: ¿Por qué reconciliación? ¿Es que de verdad necesito reconciliarme? ¿Qué he hecho que amerite en todo caso una reconciliación?

Durante mucho tiempo hemos escuchado el discurso, que para nosotros se ha convertido en una de esas cosas automáticas, que las sabemos pero que en realidad no han ocupado mucho tiempo en nuestros pensamientos, reflexiones e incluso en nuestra manera de entendernos a nosotros mismos. Sin embargo, al transcurrir el tiempo, esa misma palabra se ha convertido, consciente o no, en una manera tan arraigada de relacionarnos con Dios, que aunque sigue permaneciendo como algo automático en nosotros, si marca de manera profunda nuestra espiritualidad y la comprensión de nosotros mismos. Sobre todo si intentamos llevar una vida moderadamente religiosa.

Nos la topamos por primera vez en el catecismo que realizáramos siendo niños para recibir la “primera comunión”, cuando para nosotros esa palabra y sobre todo su significado no tenían cabida en nuestra conciencia y noción de nosotros mismos. En la mayoría de las prácticas religiosas aparece como un referente sin el cual no podemos relacionarnos con Dios. Imagino que ya a esta altura estarás claro a lo que me refiero. Si, es esa misma: “pecado”, “pecador”.

 Abro un paréntesis para hacer un poquito más ameno este recorrido, seguramente, muchas cosas pensaste mientras llegábamos aquí, algún recuerdo de ese momento especifico de tu vida, un catequista, un sacerdote, una religiosa, alguna travesura de aquellas que quizá es lo que con mayor facilidad viene a tu memoria, que lo que te dijeron o enseñaron sobre el “pecado”, y el ser  “pecador”. Otra cosa, no intento ser “adivino”, pero casi podría asegurar, que en la lista mental que hiciste al principio de esta reflexión, en ningún momento apareció la palabra “pecado” o “pecador” para definirte a ti mismo.

No es el momento, ya lo habrá en nuestro itinerario para ahondar más al respecto, sólo diremos, más allá de lo que te han enseñado del pecado, y de lo que tu mismo has llegado a comprender sobre éste, teniendo en cuenta las dos vertientes, la positiva o la negativa –hay gente que con sólo mencionar la palabra le recorre un escalofríos por todo el cuerpo- el pecado es una situación o condición transitoria del espíritu o alma del ser humano en sus limitaciones. Lamentablemente ha sido tomado casi exclusivamente como algo esencial a la persona. Por su “naturaleza pecadora” la persona pierde su condición y dignidad, se humilla, se postra, se convierte en algo despreciable, excluido, marcado y manchado.

La reconciliación entendida desde esta visión del ser humano como “pecador”, dicho sea de paso, que es la visión que está en muchos de nosotros arraigada, deja a la persona estancada en su situación pecadora, pero con ciertos alivios remisorios  a los que accede de vez en cuando, ya sea por vivencias espirituales circunstanciales, a través de practicas devocionales o rituales y cultuales (oraciones, exorcismos, sacramentos y sacramentales). Más que reconciliación, todas estas prácticas permiten una especie de sensación de tranquilidad, barniz espiritual, que tapan o esconden la manchas mientras estas vuelve a aflorar. Es una especie de  certificación externa, es decir que proviene de otros, de rituales, ceremonias, personas e incluso Dios (cuando a Dios se le entiende como ajeno al ser humano).

Abramos un segundo paréntesis, este un poquito más serio que el anterior. Detengámonos a pensar por un instante, cuáles son esas prácticas que utilizo para sentirme a mismo reconciliado. ¿Acudes a la confesión? (por qué si o por qué no); ¿haces algún tipo de ritual expiatorio u oraciones tal vez? Mucha gente dice que encuentra mayor perdón hablándole a una imagen de Cristo colgada en la pared de su habitación; ¿Cuál es tu ritual?

Pero lo más importante de entre todas estas preguntas es: ¿te sientes en verdad y desde el fondo de tu ser Reconciliado? ¿Con quién?

Por lo pronto, ya tienes suficiente. Hemos dado los primeros pasos espirituales en el camino que te propongo hagamos durante este tiempo de cuaresma. No dejes de pensar en todas y cada una de las preguntas -dicho sea de paso, son varias- que te he propuesto hasta aquí. Estas preguntas no son en vano y nos servirán más adelante. Y para coronar el cuestionario te invito a que finalices este primer ejercicio haciéndote esta pregunta: ¿Qué es para mi la Reconciliación?

Yerko Reyes Benavides

No hay comentarios.: