viernes, 13 de abril de 2018

Pan y Banquete, Milagro Divino


Que gesto tan hermoso tuviste aquella tarde
 con esa gente tan olvidada de Israel. 
Fue la gente más sencilla, la más pobre y la más humilde 
la que se sentó no a la mesa de un banquete palaciego, 
sino en la pradera a la falda de un montaña, 
su asiento la hierba del campo, 
sus platos y cubiertos sus propias manos, 
y la necesidad de alimentarse, 
no sólo del alimento que satisface al cuerpo, 
sino de la palabra que salía de tu boca, 
que para ellos era manjar del Cielo.

Horas llevaban contigo, quizá hasta días algunos. 
El hambre de Dios es tanto que no importan los sacrificios, 
si se encuentra a alguien de corazón noble y puro que comunique con acierto, 
bondad y ternura los misterios reservado para el Cielo.

Condiciones pusiste para disfrutar de aquel manjar. 
No. 
La pura caridad.
Preguntaste a tus discípulos si pan había para compartir, 
y ellos con un muchacho llegaron: 
cinco panes y dos pescados, dijeron. 
Era el festín para cinco mil, 
sin contar a las mujeres y a los niños que eran más de lo esperado, 
como siempre pasa en las cosas y en la casa de Dios.

Los recibiste como si de un mercado se tratase, 
no te intimidaste por la humildad de aquella ofrenda. 
A final de cuentas, 
Dios es generoso, 
multiplica el 100 por uno lo que la gente de buen,
corazón le ofrece. 

Esta vez, y una vez más así fue. 
Tomaste en tus manos los panes y los peces, 
los elevaste y una oración con ellos ofreciste. 
¿De dónde, Señor, comenzaron a salir panes y pescados? 
El milagro de Elías se repetía: 
La alforja no se terminó y el cántaro no se vació.

Dios eres más que bueno con tus Hijos. 
Los alimentas espiritualmente, 
con toda palabra que sale de la Boca del hijo del Hombre y, 
aun así para ti no es suficiente, 
también el alimento del cuerpo no está ausente. 
Ya desde entonces sabías que la gracia 
en estomago vacío no llena,  no alcanza, no eleva. 
Y aunque no solo de pan no viva el hombre, 
también el pan es necesario para alcanzar la perfección en el amor. 
Porque una cosa es privarse de alimento por sacrificio personal 
y otra muy distinto es estar privado del alimento a disgusto y sin querer,
queriendo comer.

Ayúdanos Señor, 
en este día a poner en la mesa de los más pobres 
el pan de cada día.

Yerko Reyes Benavides

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