sábado, 21 de mayo de 2022

Intimidad y Soledad: Vida Espiritual

La Espiritualidad es una experiencia íntima y personal en la que el ser entero, con todas y en cada una de sus dimensiones que le definen, busca en su interior aquellos bienes trascendentes y trascendentales, que le propicien vivir una vida cada vez más plena.

Esta acción demanda una introspección, es decir, examinar en el alma, mente y corazón propio, la presencia de los bienes más grandes -que propicia Dios- en cada uno, sin que este acto de indagación interior conlleve en sí, un ensimismamiento o un aislamiento con respecto a las personas y la realidad (el mundo circundante).

La espiritualidad no es camino que se transite en soledad, aunque necesite momentos cada vez más prolongados y frecuentes de intimidad y silencio para la contemplación, la meditación y la oración.


En la búsqueda de esos bienes de Dios, compartir el camino andado; dar a conocer la experiencia de Dios que cada uno está teniendo; comunicar el sentir, el pensar y el interpretar, enriquece la vivencia de fe, de amor y entrega de los que se acompañan en el mismo Itinerario espiritual de vida.

Sin embargo, nadie puede dar aquello que no posee, el mismo Jesús insiste en ello, haciendo ver que del tesoro que es guardado en el interior es del que se puede dar.

Para bien de todo y todos, el mismo Dios ha abundado en riquezas espirituales que esperan ser descubiertas y aprovechadas por cada uno, para una vida en verdadera abundancia, que no queda reducida ni contenida a los bienes materiales.

Así pues, el hombre de una profunda vivencia espiritual es aquel que está más comprometido con la trasformación de sí y su entorno; vive en apertura y disponibilidad; es atento y solicito en todo, valora el tiempo que comparte con sus hermanos, familia, amigos, compañeros e incluso con los extraños; y todo esto y más, buscando cada vez y con más ahínco eso momentos de intimidad con Dios y consigo mismo, a la manera de Jesús, que no desaprovechaba las horas de la madrugada para la oración (Cfr Lucas 6,12).

Ese tiempo de silencio y soledad que se ha mencionado es la forma de ir a lo más íntimo de la propia intimidad, al lugar donde Dios ha dejado la impronta de su presencia, en la abundancia de sus dones y bienes: es llegar al cofre del tesoro para mirar, descubrir, seleccionar, apropiarse y luego emprender la salida trayendo en las manos la ofrenda de dones espirituales para compartir: en lo que se dice, se siente, se piensa y se hace.
Mientras más miramos en nuestro interior, y más descubrimos la acción de Dios, más grande es el impulso de irradiar a través de cada acto vital, la gracia, el amor, la compasión, la ternura, la alegría encontrada. Y también, surge la necesidad de contemplar en el otro el mismo don dado, pero vivido desde esa experiencia única e irrepetible.


El amor es dado no sólo para sentirse amado en el amor recibido, sino que el amor es dado para ser, a su vez, dado; en la abundancia con la que el amor (de Dios) recibido va transformado todo en el interior y se va descubriendo.

Si, la vida espiritual amerita recogimiento, una separación temporal del mundo, pero sólo para volver al él, con la fuerza interior necesaria para transformarlo.

Yerko Reyes Benavides

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