
Precisamente es en el acontecimiento de la crucifixión donde encontramos el significado primero y último de la Dolorosa: “Estaban en pie junto a la cruz de Jesús su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo que él amaba, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre” (Jn. 19. 25-27a). Y una vez más la devoción de los fieles quiso prolongar la participación amorosa de la madre en la muerte redentora del Hijo recordando, como en un díptico, la acogida en el regazo de María de Jesús bajado de la cruz (Mc 15, 42), acontecimiento objeto de atención particular por parte de pintores y escultores, y la entrega al sepulcro del cuerpo exánime de su Hijo (Jn 19, 40-42a).
Durante este tiempo de cuaresma la mirada devota de los fieles se encuentra con el rostro sufriente y el corazón desgarrado de la Madre del Señor. Ella se convierte en manantial de consuelo para quienes sufres, pues Ella comprende el dolor humano; Ella es lugar de fortaleza para quienes se sienten agotados por el peso de sus tribulaciones; Ella es refugio de esperanza, pues en su intercesión, los cristianos caminamos confiados a la gloria de la pascua.
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