“Conviértete en simple y vive en
sencillez, no solo en tus tratos cotidianos.
No provoques a tu alrededor espirales
ondulantes de atención; no intentes hacerte el interesante, mantén la
distancia, sé honesto, lucha contra el deseo de que el mundo exterior te
considere fascinante”1
En tiempos de
tanta vanidad donde los egos caminan dos metros delante de cada persona y
chocan cual trenes descarrilados de turbulentas apariencias. Donde el parecer
es más estimado que el ser y el decir más que el hacer silencio de lo cotidiano
que agrega valor a la vida, es bueno que aparezca la “voz centrante” de alguien cuya experiencia a pesar de su corta edad
va a la par de la de los grandes místicos de toda una vida.
No es en el ego
donde el ser encontrará la paz que tanto anhela. No es en el desbordamiento de
la potencia, porque por más que lo intente de omnipotencia solo imagen y
semejanza. Es en la humildad y en la sencillez donde se exaltará el ser, tal
cual Cristo en la Cruz sobre los hombres horrorizados, y sus amigos vapuleados.
Justo ahí, es
cuando, la voz de un hombre coherente que dio más cabida al hacer y diciendo
iba haciendo; sus discípulos mirando a la distancia la cruz de la escándalo recordaban
llenos de asombro aquella suave pero firme voz que les decía: “Los últimos serán los primeros y los
primeros los últimos”2.
Apúntese al
final y no al principio.
Por un momento
pensamos que aquella voz quedaba infértil en los pliegues de un tiempo que no
se detiene y que aleja su palabra de un presente que se vive de espaladas a la
historia, ciego al presente, y desinteresado del futuro.
Días pasan y lo
que suman son días más no amores. Insulsa vida que se desparrama en múltiples complicaciones,
porque en lo simple no encuentra belleza ni bondad. Escandalosos son aquellos
que buscan refugio en sí mismos y no comparten el aturdimiento de los mundanos
ruidos que atormentan la conciencia entre tantos sin sentidos.
“La Palabra se
hizo carne y habitó entre nosotros”3
no va a seguir recordando el texto del Evangelio, cuando repasamos,
trasnochados sus líneas que se siguen haciendo vivas, porque la “encarnación”
de la que habla no se suscitó una vez y quedó, sino que en el tiempo vuelve a
hacerse humana presencia en la voz de personas que rompen los esquemas, como
otrora lo hiciera aquel, de quien se preguntaban sin reparo: ¿algo bueno puede
salir de allá?
Pues algo bueno ha
salido y sigue saliendo de los mismos pliegues del olvido, para hablarnos
fuerte y evitar los ruidos que distraen
la mente y adormecen la conciencia e, insiste: en la sencillez está la belleza, el secreto de la vida, la tranquilidad
de la conciencia y la libertad del espíritu. ¿Cuántos holocaustos más
tendrán que pasar para que despiertes y te des cuenta? Menos es más.
Vive
lo que eres y recibirás lo que quieres. La vida no es más
simple que eso, y ¿Por qué entonces la complicamos tanto?
Es así que
buscamos y buscando encontramos4, ¿qué? un camino, el camino (“Yo
soy el camino, la verdad y la vida”5) que nos lleva a una vivencia
más plena de la propia existencia y, esta pasa, necesariamente, diría sin
exagerar obligatoriamente por la renuncia al cancerbero del Espíritu: El orgullo, la soberbia y la
vanidad.
Sin querer y
queriendo mucho, Etty, judía, nos toma de la mano y nos lleva delante del mismísimo
Jesús, al que ella amó desde la otra orilla. Y teniendo ella el mismo origen de
nuestro noble campeón de la humildad, de la misericordia, de la bondad, de la
ternura, del perdón, de rendición; ella al igual que el al holocausto fue
contenta amando en la sencillez pues atrás quedaron, muy atrás aquellos días en
los que orgullo, soberbia y vanidad en ella mandaban.
¿Quieres ser
libre? Véncete a ti mismo: “Si alguno
quiere venir en pos de mí: niéguese a sí mismo, tome su cruz y suígame”6
Llegamos, hoy al
“amado” de la mano de una extraña de nuestras andanzas pero totalmente
reconocida por el Padre pues en ella encarno la Palabra para que siguiera
manteniendo vigente lo que más de dos mil años nos dijera Cristo el Señor.
Yo de vez en cuando
cruzo a la otra orilla y me siento a escuchar extasiado la dulce voz del Verbo
allá también encarnado.
Yerko Reyes
Benavides
- Etty Hillesum. Diarios (1941-1943)
- Mt 26,16
- Jn 1,14
- Cf Mt 7,8
- Jn 14,6
- Mt 16,24
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