martes, 27 de marzo de 2018

Tu Hora, Señor


“Mujer mi hora no ha llegado”, dijiste apurado,
sin faltar respeto a insigne dama en aquellas bodas,
en las que el amor humano era el centro de la atención de los comensales e invitados.

María de Nazaret, mujer ya probada,
llena de detalles, caso omiso de tu advertencia hizo.
Belleza, llena de ternura, siempre madre ya de todos,
sin prestar oídos, presurosa sale al paso,
de novios en su inocente alegría que desconocían que sin vino quedaban
y noche amarga tocaba;
ella, apura tu hora, y así en aquella boda
para evitar que la tristeza llegara,
de ti merece en su amor un milagro,
de hora futura que a muchos darías para
llenar sus corazones de alegrías.

Tú, María adelantas la hora del Amado,
y aunque es un Cáliz que Jesús no apura en beber,
sabe que en el horizonte de su agonía se cierne como
crepúsculo de noche sin luna.
Sombrío y oscuro día,
aguarda el instante, mesa de oblación,
sacrificio, entrega y donación.
Nupcias del cordero degollado futuro;  
más ahora,
sólo quiere disfrutar de otra boda sin presión,
invitado anónimo de alegría de amigos,
sonrisas que llenan el alma y la cubren,
para evitar las lágrimas y las penas
de la hora que se acerca.

Traición Señor, y no amor, como en aquella primera ocasión,
encontraste entre amigos en quien confiaste, y detrás de distinta mesa,
dijiste: “uno de ustedes me traicionará”.

Uno a uno nos fuimos preguntando,
partícipe soy de aquella noche,
y con los demás apóstoles,
también yo te digo:
¿Seré, acaso yo, amigo?
Tu hora ha llegado y yo también la apuro.
Pudiste, Hijo de hombre haberla retrasado un poco más;
pero ya era suficiente, ni mil noches de predica,
ni un milagro más, hubiesen cambiado
la determinación de tu entrega en
sentencia de muerte ya dictada.

Llegada la Hora: “Habiendo amado a los tuyos
que estaban en el mundo,
los amaste hasta el extremo”.  Y así te entregaste
por todos y cada uno. 

Apuraste, a su tiempo, en beber el cáliz de hiel y amargura,
para conceder a humanidad bondad y salvación.
Dejaste así la puerta abierta del Reino en donde
juicio hubo y sentencia de perdón se dictó a precio
de lágrimas, escarmiento, dolor y sangre.

Tu Hora llegó y la viviste pleno de satisfacción,
todo lo diste, nada guardaste para ti,
en soledad y abandono moriste.

Tu Hora llegó, Señor,
y el mundo en ella cambio para siempre;
justicia y misericordia, fueron los
segundo y los minutos eternos transcurridos
en hora que no ha tenido fin y continua
incluso ahora.

Que esta hora de redención no pase
por nosotros sin dejar huellas de
convicción, de entrega y de amor,
nacidas de transformación interior y
conversión del corazón,
para que tu Hora, Señor,
también sea nuestra hora,
por toda la eternidad

Así sea.


Yerko Reyes Benavides


Oración para el Martes Santo

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