¿Qué hay en ti que, incluso, tantos pierden hasta la cabeza?
En cortas líneas,
quizá, no pueda encontrar respuesta acertada para tan filosófica pregunta que
ocupa también a cantores y poetas, porque se trata de gustos, colores y preferencias.
Las apetencias hacen de lo bello algo que en vez de exaltar lastima y, alguien
por sentirse en los amplios atrios de la belleza se pierde a sí mismo,
consumido por su propia hija: la vanidad.
A la interpretación de
la belleza concurren todos los intereses, los personales y los colectivos, los
sociales, culturales, políticos e incluso de económico potencial, puesto que la
belleza es comercial; tampoco queda alejado la ética y peor aún la restrictiva
moral, en ella también la religión posa sus haberes. Tantos van tras la belleza
que la restringen, la trozan en pedazos y cada uno se lleva una parte, haciendo
de ésta un adefesio que poseerla es una tragedia más que una ventura.
Se puede decir de la
belleza es no un atributo que se confiere a algo o alguien, no es en el ojo del
que la contempla donde reside su natural atractivo. La belleza viene en forma
de estética y pertenece a la naturaleza de cada cosa. Todo es bello, estético, independientemente
del sujeto que la observa, y jadeante decide poseerla. No se basa en criterios
o idiosincrasias y mucho menos en prejuicios de fenotipos y estereotipos. La
belleza se mide, la estética no y, nos guste o no, la belleza solo será tal
cuando sea vista en su estética y no en sus ademanes y formas.
Cuando algo se dice
bello, y se le otorga dicha posesión, lo bello se vuelve placentero, manjar de deleite
de los sentidos, punto de partida para la contemplación y la posterior transcendencia.
Por ello, no queda más remedio que de lo bello disfrutarlo más no poseerlo.
Es un error, producto
de la vanidad y la egolatría querer adueñarse de la propia o ajena belleza.
Poseer es negarle la libertad a algo o alguien, aunque la jaula de su
encarcelación este construida con barrotes de fino cristal y refinado oro.
La estética de la
belleza necesita para ser explosión de sensualidad en los sentidos y gozo del
alma y corazón de quien la contempla en sí y en otros, de su natural libertad.
Es en esta libertad donde encuentra su realización, su perfección y se
constituye en fuente de expansión interior y puerta para cruzar los linderos de
lo simplemente material y humano. Se toca con ello la divinidad, donde la
belleza, estética y libertad encuentran su éxtasis, quicio y culmen.
Jesús de Nazaret fue un
gran contemplativo de la estética y en todo encontraba belleza, tanto en la
naturaleza como obra de Dios o en la persona como hija de la divinidad. Con
frecuencia tenía arrebatos poéticos que lo conectaban con lo que a su alrededor
acontecía y que para la mayoría de tanto estar, pasa desapercibido y no se
contempla con agradecimiento.
El solía decir:
“Miren lo lirios del campo que ni hilan ni tejen. Sin embargo, les digo, que ni Salomón en su esplendor se vistió como uno de éstos”.
La vanagloria característica
de nuestro ego y orgullo nos lleva no a disfrutar de la belleza en las cosas,
en las personas e incluso en propia piel. El poseer se despierta como monstruo
que todo lo consume y lo atrapa en sus tentáculos y por ello en vez de proteger
a la flor, la cortamos de su tallo y la colocamos en la solapa de nuestra vanidad.
Lo que no percatamos en el instante de nuestro posesivo arrebato es que la flor
desprendida de su raíz comienza inmediatamente a morir, e iniciado ese proceso lo
que consideramos bello fenece, pierde su encanto y su brillo, y aunque en la
muerte también hay estética, no agrada porque recuerda nuestra finitud; justo
la que evita nuestra vanidad.
Por querer poseer a la
belleza la convertimos en finalidad en propósito de nuestras ansias, en objeto
que se compra y también se vende, se le pone precio, y todo lo que vale aunque
sea a precio de oro una vez que se tiene, pierde su natural encantó, la
atención se concentra en un nuevo objeto de posesión. Lo bello ocupa un lugar
en una repisa, resquicio que poco se mira cuando ya se posee y se olvida y triste
queda, marchita y muere.
La vanidad es cosa
seria en seres tan pequeños e ínfimos como nosotros los seres humanos, los únicos
capaces de disfrutar el placer de lo bello y dejarlo vivir, que sea y exista
independientemente a nuestra fatuidad. No hemos entendido el plan de Dios y de
esencia bella de todo hemos convertido lo hermoso en algo horroroso puesto que
muta en tormento, dolor y desfortunio. Por la belleza mal concebida, se mata,
se muere y se se suicida y se asesina.
Lejos de disfrutar y
alegrar el corazón con lo bello de todo en todos, se comercializa, de sujeto de
sí mismo, se vuelve en objeto de codicia, por tanto se desvirtúa su esencia, y
a lo que gratis se recibe, se convierte en costoso lujo que no satisface los
sentidos porque ya no tiene su natural encanto, ese que enamora y hace explotar
la emoción en su contemplación.
El resultado es obvio,
la belleza degenera, y se transforma muy a su pesar y original naturaleza en
objeto de perdición y no de seducción del alma para elevarla a los predios de
la divinidad que todo lo hizo a su imagen y semejanza: bello en esencia y
naturaleza.
Si eres amante de la
belleza, de la estética entonces lo serás también de la libertad, puesto que la
estética sólo existe en libertad y cuando sucumbe a la posesión pierde su
encanto y deja de ser bello o bella. De un absoluto se vuelve en un relativo
poco atractivo.
Si de verdad eres
amante de la belleza, evitaras por todos los medios sucumbir a la tentación de
poseerla y con ello adueñarte de sus atributos. La dejarás en libertad; libertad, para que exista y sea. Disfrutarás de su compañía y de su presencia; quitarás con
cuidado todo aquello que estorba a la contemplación de sus encantos naturales,
sonreirás en su sonrisa, te verás a ti en ella, y dejarás que siga su camino,
para más adelante si, asi se te permita dar nuevamente y una vez más con ella.
La belleza, estética de
las almas, se mira, se observa, se contempla, se admira, causa asombro al alma,
desconcierta la razón, impacta el alma, se apodera del espíritu, revolotea en
el interior del ser; se disfruta, se regodea, por un instante eleva y con ella
se toca el cielo, rostro de Amor de Dios; se loa y al final de todo se
agradece.
Deja que la estética
sea bella, no la poseas y así será tuya para siempre.
Yerko
Reyes Benavides
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