martes, 7 de julio de 2020

Trazos para una Vida Orante

Cuántas no han sido las cosas que se han escrito sobre la oración, y podemos sin lugar a dudas afirmar, que la oración es eso que se ha dicho de ella; pero también es algo más. 

En la oración, como acción del alma, de la mente y del corazón, confluyen un sin fin de situaciones que acontecen en la persona y repercuten en lo más íntimo de su ser y en su relación con Dios. 

Esta realidad espiritual y lo que ella ocasiona, las solas palabras no la pueden abarcarla en su esencialidad, sólo pueden esbozar el sentido y el propósito de ella, y dar un motivo para procurar su experiencia. 

La oración es de “esa cosas” de las cuales se puede teorizar, conceptualizar, estructurar, metodizar y, sin embargo, nada de ello garantiza la eficacidad de la oración en su intención, propósito y finalidad sino se vuelve una práctica. 

A propósito de lo anterior, hay una pregunta que suele hacerse con bastante frecuencia: ¿Existe alguna fórmula eficaz para hacer oración? 

En una época en la que las recetas y los tutoriales están a la orden de día, y bajo el pretexto de no tener tiempo, pocos se aventuran a hacerse de la experiencia por propia práctica de aquello que se anhela: “La oración se aprende haciendo oración; “oren siempre y sin desfallecer”, en palabra de Jesús (Cf Lc 18, 1-8); y para ello no hay un método específico o un sistema exclusivo, sólo constancia y perseverancia. 

La vida orante, en estos tiempos, es un desafío que, lamentablemente pocos aceptan y por tanto la oración como práctica de vida escasea, incluso entre las personas religiosas que se avocan a los rezos (que si ofrecen una estructura y dinámica fijas). 


Hemos de reconocer, no obstante, que orar no es “cosa fácil”, inclusive los apóstoles de Jesús tuvieron la necesidad de pedir directrices: “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11,1). 

Por otra parte, no todo lo que se califica como oración termina siéndolo. El mismo Jesús recoge algunas prácticas que desvirtúan el sentido y el propósito de la oración (Cf Mt 6, 5-8). 

¿Cómo es que algo tan sencillo resulta tan complejo de realizar? 

Quizá la respuesta está en la misma pregunta. Padecemos el síndrome de Naamán el Sirio (Cf 2 Rey 1,1-19) desestimamos la simplicidad de un acto sustituyéndola por una acción más compleja, pensando que es la mejor opción. 

Orar es algo tan sencillo que terminamos desestimando su simplicidad y acaba resultándonos demasiado complejo como para realizarla.


¿Qué es, pues, la oración? 

Orar es el resultado de Amar. 

Quien ama busca las maneras de expresar lo que siente. La necesidad y la urgencia de entregar su sentimiento, lleva a la persona a darse toda ella en cada gesto, en cada palabra, en cada acción que realiza y a no sólo comunicar su sentir.
  
No se ama en el aire ni tampoco desde lo abstracto. Es imperativo al amor manifestarse y por tanto genera un lenguaje -conjunto de códigos y símbolos - por el cual se revela, se manifiesta, se transmite y se da.  

La oración es el lenguaje del alma para darse en amor al amado.

Hemos de tener presente en todo momento que la oración en sí misma es un medio y no un fin, y por ello su expresión será siempre creativa y ágil, diversa y a la vez única en cada persona y esto conlleva un proceso de descubrimiento y conocimiento que sólo se da a través de la práctica. 

Entonces la oración no se trata de ratos, aunque los necesita; no son palabras aunque las utilice, así como se aprovecha de los silencios cuando aparecen. Por otra parte, no se trata de una estructura, de  un sistema, de unas estrategia o unas técnicas,  aunque se valga de ellas. 

La oración nace de la vida y tiene a la vida como objeto de su ofrecimiento. La vida misma se vuelve oración, porque todo cuanto hay en ella se convierte en un acto de entrega y oblación, de gratitud y de alabanza, de disponibilidad y servicio, que convierte, transforma y cambia a la misma persona y a lo que la rodea. 

Así pues, si la oración es la consecuencia del amor; la libertad, la justicia y la paz serán la consecuencia de la oración.

Yerko Reyes Benavides

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