domingo, 26 de julio de 2020

Ligeros de Equipaje

La vida es un viaje que se hace ligero de equipaje. Seguramente en algún momento te has tropezado con esta frase o alguna otra semejante, has empatizado con ella, pero de ahí no has pasado. 

Un día mirando la televisión me quedé pensando, si una persona comprara tan sólo la mitad de las cosas que se ofrecen por este medio, no tendría lugar para almacenar tantas cosas que vienen con la “supuesta promesa” de hacer la vida más sencilla y por ende y también por suma, más feliz. 

Los armarios se va llenando de cacharros polvorientos; los closets de ropa que no se usa, los gabinetes de la cocina de aparatos que no hacen más rica la comida y la casa deja de ser un hogar para convertirse en un almacén, incluso de personas. 

El tener se vuelve una obsesión y a muchos les da prácticamente lo mismo si son cosas, títulos, dinero o personas. El acumular se vuelve el propósito del vivir y el buscar, el explorar, el crear e incluso el aprender se asume como actividades de fin de semana. 

Dos son las tentaciones a las que el hombre de hoy sucumbe fácilmente: darle importancia a lo que no tiene y pensar que lo que tiene lo define. En ambas situaciones la persona llena su equipaje de lo superfluo y se hace esclavo de lo que le es dado como recurso para realizar su viaje por la vida; el medio lo convierte en el fin de su existir y la felicidad se transforma en su mayor utopía. 

La búsqueda como acción define al ser humano; está escrita en su naturaleza, de puño de su Creador; es, en otras palabras, el ADN de su esencia biológica y espiritual. El ser humano no alcanzará la plenitud de su existencia si no es en constante, continua y perseverante búsqueda, incluso después de haber encontrado. 

La tercera tentación del hombre actual es dejar de buscar luego de haber encontrado. Quien cree que por estar ya casado no necesita seguir buscando enamorar y enamorarse de su esposo o esposa, hunde las bases de su vida familiar en la arena. El que piensa que ya no necesita seguir buscando luego de haberse titulado, termina prendiéndole velas al diploma que colgó en la pared; por mencionar un par de ejemplos. 

En el otro extremo de este hilo, están los que, ahora por moda o por tendencia se declaran abiertamente “imperfectos”. Me dan pánico y terror aquellos que se definen a sí mismos “orgulloso de ser imperfecto” o “imperfectamente feliz”. ¿En serio? 

Eso es sólo un pretexto para esconder la pereza de buscar, de crecer y anhelar ser cada vez mejores; de descubrir en su humanidad nuevas posibilidades para expresar su ser, su sentir y su existir; la desfachatez de exigir de los demás una inmerecida aceptación y la indolencia espiritual de ni si quiera hacer el más mínimo esfuerzo en la conversión personal. 

A los que transitan estos senderos, y los que fueron educados en la otra escuela, a todos hemos de recordarles que lo maravilloso del ser humano no es que sea imperfecto sino perfectible. Ser imperfecto no es argumento para la culpa o razón para el orgullo, en ambos casos la persona queda estancada, interiormente detenida, espiritualmente paralizada. 

El estancamiento espiritual que observaba Jesús en su tiempo, probablemente fue razón suficiente para que al hablar del Reino de los Cielos, lo presentara como uno de los mayores desafíos, que lo alcanza sólo aquel quien no ha renunciado a seguir buscando y el que no se ha sepultado bajo los escombros de unas posesiones que no le hacen cada vez más pesada la maleta. 


A propósito de esto, uno de los títulos que Jesús recibe en los Evangelios, y es quizá el menos reconocido pero el que más me gusta, es con el que Lucas lo identifica en el pasaje del Camino a Emaús; le llama “el Peregrino” (Cf Lc 24,18). Así como Jesús, somos peregrinos, estamos tan sólo de paso. 

Jesús a sí mismo se sabe de paso. No pretende ser rey (Cf Jn 6,15) y el Reino del que habló no pertenecía a este mundo (Cf Jn 18,36). Él no ha venido a quedarse, no ha querido si quiera que le pongan una tienda para alojarse (Cf Mt 17,4), su corazón no está apegado a las cosas de este mundo, aunque sabe que de lo que el hombre lo llena hablan sus labios y dice de sus acciones (Cf Lc 6,45). 

Él mismo está en búsqueda e insiste que el fundamento de la relación con el Padre Dios es pedir, buscar y tocar y en ello ser insistentes y perseverantes (Cf Mt 7,7-12). El propósito de su paso es la glorificación de Abbá -Papito/Papaito- a través de las palabras y las acciones (Cf Mt 6,15) y en la glorificación del Padre estará la suya propia como el Hijo del Hombre y unidos él también nosotros somos glorificados (Cf Jn 17,1-25). 

Jesús no habla de la “felicidad” puesto que no hay dicha en ganarse a sí mismo; el gozo y la realización están en la negación y en la entrega generosa de sí mismo: “nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). 

Quien asume para sí un proyecto de vida tan grande, tan ambicioso, tan exigente y a la vez tan generoso, no puede sino andar ligero de equipaje y saberse de paso; sintiéndose peregrino por este mundo va llenando su maleta no sólo de buenas intenciones, sino de amores entregados que la hacen más ligera, pues la llena de vida. 
¿Cuánto pesa tu equipaje? 
Como un epílogo al devenir de esta reflexión: Si en algo nos ha de servir este tiempo atípico que estamos viviendo, es el de otorgarnos un ambiente –extremo, en algunos casos, trágico y doloroso en otros- para descubrir lo verdaderamente valioso de la vida y lo que es realmente fundamental en nuestra vida persona y, darnos además, un contexto idóneo para deshacernos de lo superfluo que, no son sólo cosas, sino también pensamientos, sentimientos y emociones; criterios, hábitos y apegos; vanidades, orgullos y soberbias. 

Yerko Reyes Benavides

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