jueves, 2 de julio de 2020

Dios Compasivo

No era una imagen común, tampoco era un idea del todo establecida en la gente; pero, qué alegría da que de vez en cuando, sobre todo a los sufridos, a los que se esfuerzan, a los que saben lo que es un cuesta en la vida, se les diga con gran ternura: Dios, es Dios misericordioso; un Padre amoroso, comprensivo y compasivo, a quien poder acudir y en él encontrar consuelo, descanso y sosiego. 

Nadie sale ileso de este mundo, no sin antes haber derramado en él, algunas lágrimas de alegría y bastantes de dolor. 

No esperes a que hagamos una apología del sufrimiento. La pena, el dolor, el desconsuelo, el llanto, bajo ninguna circunstancia es el deseo de Dios para el ser humano. No es la voluntad del Todopoderoso que el hombre sufra y, lejos de su corazón está su muerte, ni si quiera para el impío o el pecador (Cf Ez 33,11). 

Aunque nos cueste reconocerlo, pues siempre andamos buscando un agente externo a quien hacer enteramente responsable de nuestra desgracia o infortunio –Dios o al diablo incluidos-, el sufrimiento, y por consecuencia la muerte, es una realidad enteramente humana y terrenal. 

Dios lo sabe, como también conoce las razones, las causas, los motivos del dolor. También está al tanto de la maldad y crueldad que hay en el corazón de algunos que lastiman, dañan, se aprovechan e incluso matan a sus hermanos, muchas veces sólo porque pueden. 

Igualmente es del dominio de Dios lo difícil, dura y sacrificada que se vuelve la vida para tantos. ¿Y ante esto puede quedarse impertérrito en su cielo, haciendo como si nada pasara en su creación y al hombre que tanto ama? 

No, obviamente, no. 

La idea y más que nada la necesidad de la intervención de Dios en el acontecer humano, dio como resultado una forma de concebir a Dios, más por deseo humano que por voluntad divina, imponente, guerrero y justiciero, vengativo y celoso, protector, dueño y señor de todo, inalcanzable y dominante (Cf. Sal 94,1; Job 5,17; Dt 5,11; Dt 4,24; Sal 68,6; Sal 146,9; Prov 3,11-12; Num 11, 1-3; Jos, 24,19; Nah 1,2; Is 13,11; Ap 3,19) … en ocasiones caprichoso, pero bueno, generoso y compasivo con el que le fuera fiel (Ex 34,6; Sal 86,15; Joel 2,13; Is 49,15-16; Lam 3,22; Neh 9,17; 1Rey 2,3-4)

Los textos sagrados antiguos dejan constancia de la férrea manera de hacer presente a Dios; sin embargo, también cuelan, una faceta de su divinidad muy diferente, casi inconveniente, y por eso fue tratada por los antiguos escritores sagrados con cierta sutileza para que no fuera borrada y se perdiera, y con la delicadeza del sembrador que sabe que al depositar en la tierra de la historia su semilla a su tiempo dará su fruto, de ella dejaron huella (*).


Y llegó la plenitud de los tiempos, el Dios esperado, vino al mundo en forma insospechada (Cf Jn 1), no fue el guerrero deseado, el rey entronado, sino el siervo consecuente, el Señor de bondades, en su mano no traía la espada de la venganza, ni mucho menos el cetro de la dominación; en sus manos estaba el ungüento del consuelo de Dios que infundía sanación a los corazones desgarrados. 

El hombre y la mujer sufrida; el ser humano oprimido por el peso de su pena, frustración, dolor y vergüenza, encuentra en la persona de Jesucristo, un refugio; un lugar de descanso, un remanso de paz, un manantial de bondad. 

Lo que no suele destacarse de este encuentro, es que en él acontece un inusitado intercambio, él toma sobre su espalda nuestro dolor y nos entrega el “yugo” de su amor. El sufrimiento seguirá estando presente en el horizonte del acontecer humano, pero, cada persona, asiendo contra su pecho la misericordia de Dios, podrá transitar los valles de lágrimas, haciendo del dolor ocasión de redención. 

Hemos de tener presente, no obstante, que no todo dolor o pena ha de ser tenido por redentor; hay sufrimientos que definitivamente han de ser erradicados de la vida personal y del acontecer humano. La resignación no es una opción, si no lo fue para Jesús, quien camino con paso seguro y firme certeza al lugar de su kénosis –vaciamiento- en la cruz; no lo es tampoco para nosotros. 

No ha entendido el significado de compasión y misericordia en Dios, quien sigue proponiendo la resignación ante el sufrimiento como una demostración de piedad y devoción. Hay cosas que simplemente no pueden ser. 

Esta entrega de Cristo, hoy tiene que ser sugerente, motivadora y provocadora. Él es la expresión vívida de la compasión, ternura y amor de Dios que sigue haciéndose presente a través de nuestra propia entrega. 

Luego de haber sido abrazados en la compasión y misericordia de Dios, el caminar continúa, ya lejos de la desesperanza y la desolación; el sufrimiento deja de ser una “dura prueba de Dios” y se convierte en lugar y oportunidad de salvación. 

Yerko Reyes Benavides 
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(*) Algunas citas del Antiguo Testamento que hacen referencia a la Ternura de Dios: Dt 3,32; Is 40,1-2; Is 54,10; Jer 31,3; Os 11,1-4; Sal 103,1.

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