Contemplaba el
peregrinar de uno minutos
horas de ocio,
el paso de un
tiempo
que no era mío,
lo miraba a
través de una ventana
que en mi alma
abierta estaba.
Cada segundo
parecía eterno,
la arena caí no
se detenía,
tampoco avanzaba,
así parecía;
iba y a ningún
lado llegaba,
menos lo hacían
mis pensamientos,
imágenes vagas
de un desvelo
que ya no me
resultaba desconocido.
Al reloj miraba
de tanto en tanto,
aburrido de dibujar
con el dedo
una luna en un
cielo oscuro
que ni estrellas
poseía
ni se movía en
la lejanía,
inmutable quedó
penumbra era en todos
lados.
No miraba afuera
de mi existencia,
aunque me
asomaba por la ventana
la mirada vaga dentro
de mi alma andaba;
en mi espíritu
se había instalado la sombra,
y el amanecer no
aparecía;
oscuridad por
todos los rincones de un existir
que sentirse olvidado
ya estaba de sí.
Silencio
aparecía,
su eco resonaba:
¿Dónde?
¿Quién dijo que la
oscuridad cobijaba sigilo?
Escandaloso el
ruido de la noche,
el rechinar de
lo que el día oculta
en la penumbra
resuena libre,
no deja espacio
a la serenidad,
agobia a su
paso;
estruendos que
atormentan la conciencia,
manos a los
oídos,
ya que éstas al
alma no alcanzan a cubrir.
El infante
duerme, su alma descansa,
no se inmuta su
corazón
con el danzar de
los fantasmas
de las soledades
y los abandonos,
los espectros de
las tristezas no lloradas,
reprimidas las
lágrimas no derramadas.
En esta noche danzan
alegres miedos y frustraciones,
pocas veces
tiene ocasión de escuchar
sentir con
fuerza sonar
la melodía de la
melancolía
que destroza la
conciencia.
Vuelvo a mi
reloj y lo apuro con torpeza;
de nuevo miro
por el balcón de mi indolencia,
la noche
desconsiderada no termina,
amanecer no
quiere;
la oscuridad
sigue
como si no
hubieran pasado
delante de mis
ojos los enojos
que traigo
gravados en el alma,
penas y
tristezas;
al espíritu le
urge el amanecer: desaire.
¿Cuándo vendrá
el día?
¿Cuándo acontecerá
definitivamente un amanecer
y de esta agonía
despertará mi querer?
Siento el aprieto
que trae el corazón
que late con
frenesí y desazón,
única señal que
sigo vivo
aunque vida no
haya en mi pecho
pues fallecido
estoy: desvanecido y desecho.
Esta es la noche
de mis fantasmas
extendida
oscuridad, prolongada tristeza.
Y en la
desolación:
¡Oh
contradicción!
la penumbra se
va haciendo mi amiga;
a la noche la
espero,
a ella la quiero
y la deseo.
El día se hace pesado,
más angustioso es
el deseo que la noche llegue
y la oscuridad
aparezca en mi horizonte;
sólo con mis
pensamientos quedo
y permanezco
anonadado
ante el deseo de
apurar la penumbra.
Esta ya no se
hace pesada,
en ella ya no
estoy solo.
No lo había
visto,
ni tampoco
considerado,
fue toda una
sorpresa descubrir
que en la soledad
no estaba solo,
la noche te
traía a mí, aunque no te veía
tampoco lo
percibía,
pero el día me
distraía en las cosas efímeras
sólo cuando éste
desaparecía
y mi única
compañía era la imaginación,
apareciste tan
claro como un resplandor
¡Qué oscuro
ahora se me hace el día!
Empujo sus
horas.
A la noche volver
quiero,
porque en la
soledad no quedo solo
y, hace un
tanto, no mucho, descubrí
que la noche te
trae a mi
más pleno, más
cercano y certero,
verdadero, mejor
que en vigilia.
¡Qué clara se me
volvió la noche!
Porque la noche
lleva tu nombre
que no es otro
que el mío
pronunciado por
tus labios.
Yerko Reyes Benavides
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