Señor Jesús, me siento tranquilo a contemplar lo vivido en este día que me has concedido, regalo de tu infinita ternura.
Observo en silencio, contemplo, una tentación me invade: dolerme de lo que no fue, compadecerme de mi tragedia, esa a la que llamo sin razón: “mi cruz”.
Sintiendo el peso de ésta sobre mi cuerpo, podría incluso ponerme a llorar, pues es mi pena, nadie más la entiende, la pena que agobia mi corazón, la llevo en mi alma, no la suelto y me lastima.
Es muy dura esta realidad de mi ser, Jesús, a veces siento que no puedo más, y me veo caer bajo su peso, y quiero ahí fenecer:
¿Para qué seguir luchando?
¿Qué sentido tiene seguir peleando?¿Acaso mañana será distinto?
Pero al mirarte a ti, amado, tan dentro de mí, no debo, no puedo, ni si quiera pensar en rendirme; puesto que Tú te levantaste cada vez que caíste. No te quejaste, ni un suspiro soltaste; un grito se escuchó pero no fue lastimero sino para que desde el fondo del alma, salieran las fuerzas y seguir adelante: te levantaste una vez, cada vez y siempre.
A veces quiero abandonar, mi pena y mi dolor es demasiado, y ahí quedarme sintiendo vergüenza de mí. Considero que no tengo lo que se necesita:
¡Abusaste, Señor; me diste lo que no puedo soportar!
¿A quién engaño? ¿Lastima de mí? Lástima Tú de mi no sientes Señor, sino Compasión y por ello me mueves a soltar un momento la carga; descansar un rato, dormir un poco y mañana tomarla nuevamente y llevarla el trecho que a ti conduce; sólo un tanto por día.
No mi Jesús, quejas no. Gratitud y Gracia: tú estás conmigo, tomas mi carga y colocas en mí la tuya. Ligera y llevadera es. Dame la convicción de no perder la confianza de esperar en tu amor que me hace sostener y mantener la alegría aunque dura y pesada sea la carga.
Amén
Yerko Reyes Benavides
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