Un día sin más tus discípulos a ti se
acercaron;
un disputa había entre ellos
por el camino habían discutido,
no llegando a un acuerdo
buscaron tu medición.
Ironía de la vida,
Tú lidiabas en angustias
no sabías
cómo a tus amigos decirles
que la desilusión sobre todos se cernía,
pero sobre todo a ti, la hora llegaba,
una cruz en el horizonte se veía,
y no auguraba otra cosa más que fracaso
y caída.
De camino, entre Cafarnaúm y Galilea
a tus apóstoles confiabas un misterio
que de toda la historia
el más grande sería.
Para ir arriba, y sobre los hombres ser
elevado
a su servicio has de ser consagrado.
Un amor tan grande ha de ser dado
que hasta en la dignidad de la propia
vida ha de serse negado.
Sátira de la existencia,
mientras Tú te debatías
entre la desolación y la angustia
tus amigos discutían
quién de ellos sería el mejor
el más grande y el mayor.
No habían escuchado palabra
pronunciada en tu desasosiego,
van a ti a inquirí solución a su
aprieto.
Y te espetan, sin vergüenza ni pena:
¿Dinos quién de nosotros en tronos de
gloria
se sentará un día, en tu compañía?
Paciencia
no te falta,
la
serenidad te acompaña,
no
profieres merecido reproche,
a ellos
tratas con ternura,
y a un
niño llamas
y en
medio de ellos lo destacas.
A aquel
pequeño le concedes
el más
grande de los honores,
un trono
inesperado confieres
coronas
su frente y son tus propias manos
en su
cabeza se posan
suave
caricia es,
lo miras
finamente y sonríes
y con
solo el gesto todo claro queda.
El más grande de los hombres ha llegado
y posesión de su trono ha tomado
a tus piernas fue sentado
para regir a todos
con el más grande de todos los decoros:
pureza de alma, espíritu traslucido:
“sólo los limpios de corazón verán a
Dios”.
Yerko Reyes Benavides
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