A veces creemos que
estamos mal, cuando el tiempo y las circunstancias no nos favorecen. Creemos
que ha comenzado una tempestad y una tormenta asola nuestra vida; toca con
fuerza las ventanas y puertas de nuestra existencia. Vemos tambalear las bases
de todo cuanto hemos hecho, realizado, soñado, construido. Sentimos miedo que
las bases de la casa de nuestra existencia que hemos levantado, la hayamos asentado
sobre arena, en vez de sobre sólida roca.
Creemos tener una idea
de bienestar que ha sido parte del constructo de aprendizajes adquiridos a lo
largo de la vida. Jamás nos hemos cuestionado sobre la intención, finalidad, propósito
y objetivos de la educación conferida.
Como inocentes e
ingenuos hemos caído en la educación formal que conduce a establecer unos
criterios y parámetros de juicio, que no hemos ni siquiera revisado a ver si
estamos de acuerdo con ellos y se ajustan o no a nuestro intereses, sobre todo
cuando a trascender e ir más allá de lo “preconcebido y preestablecido” se
trata.
El alma, el espíritu
del hombre que no está sujeto a los convencionalismos
de la vida contemporánea, porque su génesis no está en el aquí y en el ahora de
los interés actuales, sino que se remota a la eternidad.
Este espíritu que tampoco está sujeto, aunque si momentáneamente contenido, a las limitaciones de la naturaleza, y que responde como se ha dicho a lo trascendente sacudiéndose lo inmanente, llega un punto de quiebre donde se retuerce, se quiebra y comienza a hablar.
Este hablar se da en un
leguaje ininteligible, desconocido, jamás le hemos dado la oportunidad al espíritu
que se manifieste abiertamente, aunque sabemos que está ahí, que lo “tenemos”
que él “nos posee” o en su defecto “que lo poseemos”.
Su forma de expresarse
nos resulta ajena, extraña, rara. Sacude, golpea, estremece, su primer indicio
es se muestra en algo que nos resulta bastante familiar: “la insatisfacción”.
Es cuando aparece está cuando nos damos cuenta por primera vez que el espíritu
vive dentro de nosotros.
El dolor es lo segundo
en aparecer y más que como una afección somática el dolor es espiritual, está
dentro, muchas veces es inexplicable, y como no se manifiesta en parte alguna
del cuerpo es desestimado, menospreciado, desatendido. Al dolor instalado,
viene el sufrimiento como consecuencia permanente.
El alma habla y no se detiene, gime, grita, necesita ser escuchada, y trastoca todo lo interior a ver si desde lo exterior encuentra atención. Mas como no se conoce su lenguaje, paliativos, van y vienen.
Pañitos calientes, frases cliché: “todo estará bien” no faltan.
Pero no están asentadas bajo una verdadera intención de acompañamiento.
Este lenguaje extraño y
aparentemente incoherente del alma, nos resulta tan desconcertante que en
ciertas circunstancias se vuelve desagradable; es tan chocante que se le llega
a estimar como dañino; tóxico, perjudicial, contrario a todo bienestar (no hay
tiempo que perder, a lo “malo” hay que corarlo de inmediato, no se confía, ni
se espera, a ver que resulta, criterios escasos tenemos para ir más allá de lo inmediato).
Como algo negativo se
etiqueta, y los prejuicios vuelvan sobre paradigmas ya montados sobre el entendimiento
que le restan la capacidad de visión, lo acorralan y lo encierran. Este cerco
que se establece al intelecto, es más dañino que el dolor mismo, porque lo que
no hace doler el dolor lo hace el pensamiento; el espíritu en el dolor habla, y
algo busca, que no se traduce en un bienestar inmediato, pero se abre a perspectivas
amplias de mañanas mejores, con más sentido.
Este lenguaje
incomprensible la razón lo rechaza. ¿No es obvio el proceder de la conciencia?
Lo que desconoce lo estigmatiza, lo condena, lo persigue y lo elimina, a costa incluso
de la misma esencia o mejor dicho de la vida misma.
¡Oh paradoja! Acaba con la Vida para quedarse con una vida en sobrevivencia, rasguñado, mendigando algo de bienestar. Anhelando la utopía de la felicidad.
La razón rechaza dicho
lenguaje a tal punto que no lo deja fluir, no deja que el espíritu y el alma
fluyan en su canto caótico, desordenado y desorientado en la razón y para el
intelecto, pero ordenado y preciso en la raíz misma de la vida que aclama
espacio para surgir, aflorar, abrir los pétalos de su plena existencia.
Al contradecir la razón
este movimiento interior y al pretender tomar el control, lo que ocasiones es
peor que el caos: una descompensación total del ser. El conflicto se agudiza y
el alma entra en total incoherencia. Tan extraño nos resulta todo esto que no
hay menos que esperar que el proceso de aniquilación del ser y la destrucción del
espíritu aparezcan en el horizonte de la conciencia o del inconsciente si se
quiere.
El deseo de “no vida” aparece y se toma como anhelo
de “suicidio” y no como el de promover la antítesis para que se fortalezca la
tesis. Es decir de la “no vida” sale fortalecida la compresión real y amplia de
lo que “vida si es”.
A este punto te
preguntarás, haciendo uso de uno de los argumentos recurrentes, en donde se
entrampa la razón, justamente el andamiaje intelectual en el que se soporta el
razonamiento occidental: ¿Esto será “malo” o “bueno”? O, también suele suceder,
que saltando la pregunta, evitando la molestia si quiera de pensar, se va
directamente a la afirmación categórica o a la negación absoluta: “Lo que me
hace sufrir, el dolor y los padecimientos, siempre serán malos” e “incluso
contrarios al deseo de Dios”. Otra trampa que le ponemos al espíritu que anhela
liberarse es colocarle el grillete de “la Voluntad de Dios”.
El juicio de valor, la “normatizaición”
del pensamiento, los juicios, el absoluto de los paradigmas y de la estructuras
de pensamiento estructuras sobre la “moralización” sólo entrampan al
pensamiento, lo restringen, y como un perro que persigue su propio cola se
queda dando vueltas en el círculo de sus propios argumentos preconcebidos.
Llegar a una conclusión
sólo basados y sustentados en juicios de valor, sin si quiera validarlos,
actualizarlos, o al menos estremecerlos un poco, a ver si al reacomodarse nos
sugieren un orden distinto para encontrar conclusiones innovadoras que nos
saquen de las comodidades existenciales y nos lleven a descubrir espacies
nuevos en los que el alma pueda desenvolverse, es tan dañino y perjudicial que
es preferible la enfermedad que el remedio.
Dependerá del grado de
inteligencia, las tres que a Trinidad Santísima en el alma asemeja, para validar
algunos procesos internos, lo que conlleva sobre todo a explorar los rincones
oscuros del alma donde se esconden por momentos la estética, la lúdica, la
bondad y la belleza. En esta búsqueda guiada o auto-orientada, se evitará el
juicio (toda valoración: ni bueno ni malo, ni positivo ni negativo) para dar
paso a la contemplación de los talentos latentes que, probado está en “estados
depresivos” se excitan y exaltan, para sabiéndolo(s) reconocer pueda la inteligencia
“trinitaria” aprovechar en ocasionar un camino de restauración desde la nada
con un punto de partida.
Las inteligencias a las que se hacen mención en este artículo son: Inteligencia Intelectual (racional), Inteligencia Emocional e Inteligencia Espiritual.
El golpe fuerte del
lenguajear del alma (depresión de grave a severa en algunos casos) no apabulle
el estado de conciencia, necesario para atender la interacción de las
inteligencias, para que de un estado “supuestamente” caótico y de “no vida”
surja el brillo de la luz divina en el alma, que comunica el más grande de
todos los anhelos la trascendencia.
Cuando los estados de
ánimos y las emociones se descontrolan de manera inexplicable, y nos toman, a
si simpre suele suceer, desprevenidos y sin recursos, no ha de espantarnos,
aunque deseos de no vida generen. El miedo a no saber qué hacer, o si en algún
momento esto va a pasar, consume las posibilidades de atender lo que el leguaje
del alma está clamando y que no encuentra otra vía que somatizarlo.
Jesús solía decir:
“El Espíritu está pronto y dispuesto pero la carne es débil, así que velen”
Con ello representa cómo el Espíritu interviene
para hacer audible y comprensible el lenguajear del alma que requiere atención,
cuidado y sobre todo un cambio de rumbo, porque de “no vida” no quiere más
sobrevivir, sino que anhela la “vida en abundancia” que no necesariamente se
traduce en “felicidad” sino en “tranquilidad” y en libertad de espíritu” para
ser y hacer, dejando fluir a raudales: Estética, Lúdica, Bondad y Belleza.
La lógica, la razón, el
sentido común quedan mudos, la moral queda trascendida, puesto que la bondad es
más que las normas que la limitan y la restringen.
Recojamos ya llegados
al final de este artículos dos lecciones breves:
La primera: es necesario familiarizarse con el lenguajear del alma, para que cuando aparezca con fuerza no nos lleve a una “no vida” perniciosa, sino más bien nutritiva, de la cual salga “vida en abundancia”.
La segunda lección, es no desaprovechar el resultado del lenguajear y aprovechar el instante para que acontezca en el ser una verdadera y real metanoia. La transformación existencial verdadera y completa. Con cambio de actitudes, esto implicara dos procesos consecutivos y necesarios: “deconstrucción del yo y construcción del ser” y “desaprendizaje de absolutos para aprender nuevos paradigmas con la intención de ser revisados y actualizados constátenme.
Yerko
Reyes Benavides
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