Es el día de la resurrección,
Jesús, ya no necesita descanso,
su cuerpo humano ha dejado,
se ha revestido de gloria, divinidad y encanto.
Por eso, con premura, al rayar el alba
deja el sepulcro y camina
por las praderas de la vida plena.
Con los vivos y entre los vivos,
más vivo que antes,
pues ahora su vida
por siempre eterna será.
Está en el sepulcro sin esperar a nadie
y aguardando a todos,
ya el tiempo no lo detiene ni tampoco
le impide estar ahí al alba y de
camino a Emaús al claudicar la jornada.
De inmediato conversa con María Magdalena,
seca sus lágrimas, anima su corazón,
la reviste de alegría y esplendor que da
la contemplación del amado su gloria.
Sale presurosa, camina; no, más bien corre.
A los discípulos llega con la noticia,
más los discípulos habían visto al Mesías,
que con sus manos traspasadas
huecos en sus palmas por clavos ya ausentes,
brincan, saltan de gozo y se felicitan:
El Maestro está con nosotros,
no se ha ido,
así como nos fue prometido,
lo ha cumplido.
Día de Resurrección, agitado
necesario es dar señales de presencia
ya no en humana forma,
sino definitivamente transfigurada.
Reminiscencia de aquella ocasión
que los discípulos tuvieron el don
de mirar el Rostro de Dios,
en la humana faz del Nazareno.
Cerca del Calvario donde quedaron tus restos,
tumba ahora vacía, sin señas de muerte,
sólo mortaja y sudario puestos en esquina
con cuidado, testigos del momento de vida
que en madrugada del día tercero vio el alba
el despertar del Hijo de Dios, que también
es el hijo del Hombre.
Día de Resurrección,
a todos llegaste,
a cada uno tocaste,
y las lágrimas de tristeza desterraste,
la confianza volvió a renacer
la sonrisa volvió a aparecer.
No más desesperanza, no más ansiedad
Cristo victorioso ha vuelto,
y de la mano nos toma
para que hagamos con gozo la parte que nos toca:
el recorrido del amor, su camino
al Reino eterno de Dios: su corazón.
Yerko Reyes Benavides
No hay comentarios.:
Publicar un comentario