Me preguntas si el diablo existe y te digo lo que
he visto,
tan presente que asusta,
no por forma
sobrehumana,
sino por lo que desata dentro del hombres
que lo consume,
lo revuelca, lo rebaja, lo destroza.
Tan fuerte es la presencia del mal
cuando encuentra cobijo en alma,
corazón y razón humana que,
toda la persona desparece,
se rinde y se abate a tan peculiar presencia,
puesto que nada hace
se rinde y se abate a tan peculiar presencia,
puesto que nada hace
y al mismo tiempo todo cambia.
Nada modifica, no posee, no se apodera,
se esconde en los pliegues del alma,
lugares oscuros donde la gracia de Dios aún no ha
tocado,
no ha llegado, no ha empapado.
Agazapado en un rincón del corazón espera, aguarda,
asecha, siempre atento al momento,
su rato de tomar control, sólo por decisión,
puesto que autoridad para cambiar en el alma
cosa alguna, no tiene,
no posee.
Actúa y su aroma no es azufre,
no, no es como dicen,
no cambia de forma, ni se transforma,
no tuerce los ojos ni idioma extraño vocifera,
clarito se manifiesta, se muestra, eso si,
siempre que se le deja, de lo contario
se retuerce.
Su rabia y su enojo, su antojo, su colmo
y ahí se destroza, es que por más que lo anhele
y por grande su deseo sea,
no puede arrebatar, ocupar, poseer,
lo que a Dios pertenece.
Por tanto, en rey del engaño se convierte,
la mentira es su fuerte;
de la manipulación se hace dueño y es su quiebre.
¿¡Que si he visto el mal!?
si, si lo he visto;
¿¡Qué si creo en el mal!?
si, si creo en el mal.
Mis demonios son los que temo,
la indecisión, la debilidad de mis indiscreciones,
las mentiras disfrazadas de blancura,
mis apegos, mis temores y, sobre todo mis miedos,
son los demonios que me atormentan.
Paralizan el corazón, y por mucho anhelo que
sienta de bien hacer,
el mal sale inconsecuente, de alma pura que anhela
amor y
entrega desamor.
La justificación de mis inconstancias, de mis inconstancias,
es el demonio que más duele,
es el demonio que más duele,
¡Cobarde! vete.
Vuelve, alma fuerte; de gracia llena y plena:
Ama en Libertad,
muestra el espíritu rebelde heredero del Señor
que en cruz vence a los demonios del temor, del pánico y del miedo,
que paralizan la entrega más grande, la propia vida.
Demonios que en el fuego los pintan, los retratan,
infierno no es desierto, sino indiferencia,
no es en llamas y en pucheros donde habitan;
no es en llamas y en pucheros donde habitan;
el fuego consume, purifica, acrisola y limpia,
saca la belleza, da brillo,
consumida el alma en fuego es donde aflora
renovada
revestida de gloria, de la dignidad de la bondad
de su creador,
imagen y semejanza suya, demonios no la alcanzan jamás.
Cuando mis demonios aparecen
y en el espejo veo su reflejo,
corro, rompo, ningún buen augurio,
rabia, dolor, resentimiento, egoísmo, desconfianza,
ira, enojo, intolerancia, indiferencia, egoísmo,
a la final desamor traen.
El peor de todos: la indecisión.
En él, el alma se retuerce, se revuelca, se
distrae se dispersa,
se disipa y agoniza, a tal punto que a la muerte avista.
Líbrame, Señor de mis demonios,
que ni cola ni tridente traen
que ni cola ni tridente traen
sino son mis propias cobardías, indiferencias y
temores;
a misa van conmigo, de misa vuelven,
los llevo y los cargo, me sofocan y condicionan:
más en tu gracias, en tu amor, en tu sacrificio y entrega encuentro,
más en tu gracias, en tu amor, en tu sacrificio y entrega encuentro,
la fuerza para vencerlos,
dejarlos atrás,
dejarlos atrás,
que en mi su acción no trastoquen el obrar de tu
Amor,
y el Reino de Dios se haga siempre presente acá y ahora.
Yerko Reyes Benavides
1 comentario:
Excelente articulo. Mis bendiciones Padre Yelco
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