Veo a muchos ocupados y
concentrados en los efectos del mal. Como si el “demonio” actuara a sus anchas.
Incluso algunos piensan que lo malo que hay es por el demonio. Forma inconsciente
de eximirse de la responsabilidad personal y colectiva que hay implicada en
cada situación de mal en el mundo.
“Acúsome padre, que el demonio me hace pecar”…
¡Dios! por Dios.
¿Hasta cuándo le atribuiremos a
otros (reales, alegóricos, figurativos o metafóricos) la responsabilidad de
nuestros actos?
Por ahí se dice, y que forma de
manipular la conciencia que la mejor estrategia del diablo es hacer pensar que
no existe, o que no hace su trabajo. El pensamiento mítico y mágico nos tiene
atrapado en sus redes y no nos suelta y tampoco pataleemos mucho para
desprendernos de este. Puesto que es más cómodo pensar que la culpa la tiene satanás
por tanto mal en el mundo.
Así lavo en las aguas de sheol y la gehena mis indiferencias, mis indolencias,
mis indiscreciones, mi falta de compromiso, mi flojera para la conversión, mi
apatía para emprender aprendizajes que me lleven a una comprensión mayor y más
eficaz del misterio divino y mi participación en él.
“No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena” (Martin Luther King)
En pleno siglo XXI todavía arrastramos
como un lastre el pensamiento mágico, bien justificable de épocas remotas. La
ciencia no tiene todas las respuestas, eso sí, pero no podemos seguir pensando
que el mal que hay a nuestro alrededor es por “una mal de ojo”, o que algunos
malos se mantienen en el poder por “cantos, danzas, cultos y ritos babalaicos”.
Pensar en ello no sólo es signo
de nuestra inmadurez intelectual, sino es desafiar a la acción divina realizada
en Cristo. Es no haber comprendido de qué se trató la Cruz y mucho menos la
Resurrección.
Para que las cosas comiencen a
cambiar, por favor, menos pensamientos mágicos, más compromiso personal, más
decisión trasformadora a través de la intervención directa en la realidad
basados en sólidos principios, coherencia entre el pensar, decir y hacer,
criterios de interpretación basados en la autoridad del conocimiento y también más
entendimiento espiritual (Inteligencia Espiritual) de la gracia de Dios en el corazón
y de la acción divina que se mueve en nuestro vivir cotidiano.
Somos nosotros mismos la propuesta
del Reino de Dios, operante y operativo acá y ahora.
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