martes, 4 de julio de 2017

En Medio de la Tormenta

«¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»

A veces necesitamos que un fuerte temporal o una gran tempestad pase por nosotros y bambolee nuestra barca, haga tambalear los pilares de nuestro ser y estremezca lo más profundo de nuestra vida, a ver, si así, y sólo así dejamos nuestra cómoda manera de llevar nuestra existencia.

Nos acomodamos, nos conformamos, nos estabilizamos, a veces nos resignamos a una vida encuadrada, ordenada, rutinaria, monótona, sin grandes riesgos y con pocas apuestas. En algunas ocasiones es decisión nuestra que sea así, otras veces es producto de las circunstancias, en otras, las dificultades y barreras que encontramos al mirar adelante, y decimos, ¿para qué? así estoy bien. Renunciamos a explorar la profundidad, el alcance, la fuerza, la inmensidad de nuestra propia humanidad. Esto le pasa a creyentes y no creyentes, a practicantes y a no practicantes. Vivimos, sí. Pero no sabemos vivir porque no exploramos más allá de nuestro confort. La felicidad para nosotros es ausencia de problemas, tener lo suficiente para subsistir, apegarnos a lo que tenemos tanto en lo material como en lo emocional y sentimental; que todo esté en orden y fluya a nuestro antojo. Definitivamente no estamos preparados para la tempestad.

La tempestad la vemos como algo malo, horrible, horroroso, cruel, injusto, despreciable, detestable, que nos golpea y no nos lo merecemos. Sufrimos, lloramos, nos abatimos, caemos en un abismo de dolor y de tragedia, no hay luz, no hay sonrisas, todo es miseria. Ahí es donde los gritos de desesperación se convierten en oraciones que esperamos sean oídas lo más pronto posible por Dios. La oración se convierte en un refugio pero también en un ahogo porque la respuesta tarda, porque Dios demora en venir, porque Dios no “me hace” el “milagro”. Decimos tener fe. Cuando nuestra barca tambalea, nos aferramos a la fe, y poco a poco esta también tambalea, nos peleamos con Dios; le increpamos, negociamos, nos hacemos las víctimas del des-fortunio. Todo lo teníamos bien cuadrado, todo encajaba. Nos habíamos acomodado bien.

Todavía quedan algunos que viendo moverse el barco en donde como sociedad vamos navegando juntos, prefieren mirar a otro lado, no levantan las manos para mover las cuerdas que acomoden las velas de nuestra nave y nos lleven a aguas más tranquilas. Los acomodados están bien, defenderán su comodidad. Serán los que sienten que el barco se hunde los que saldrán desesperados a cambiar las cosas. Hay de todo. Pero nos falta algo: la conciencia clara, el comprender que la vida es un continuo movimiento, que no hay tiempo para acomodarse y apoltronarse a disfrutar de los bienes de la tierra, la vida no es sedentaria, no nacimos para permanecer inmóviles, la vida es camino, es dinamismo es constancia. No falta FE, con mayúsculas, para significar que esa fe ha de ser bien grande. Fe que nos pone en movimiento. Somos nómadas en la fe, siempre buscando, siempre queriendo aprender, siempre buscando sorprendernos y maravillarnos de la vida.

Mis queridos amig@s aunque de entrada no me crean, las tormentas en la vida no son malas, son buenísimas, si te entiendo, golpean fuerte, nos hacen caer, nos hunden, pero todo tiene un propósito. Dios lo conoce, tú no. No creas que Dios disfruta de tu sufrimiento, de tus gritos de desesperación, porque no lo hace. Él se va mostrando, muy sutilmente, él te acompaña, está en la barca contigo sintiendo los embates de las olas que hacen crujir las tablas de la existencia; y él duerme. Qué bello es esto. Cuando tenemos algún problema lo primero que desaparece es el sueño. Jesús es capaz de dormir en medio de la peor tempestad, confía plenamente en el amor de Dios. Nosotros desesperados corriendo de un lado para el otro como los discípulos, dando gritos de terror. Y saben que es lo irónico que ellos eran pescadores, sabían de tormentas, conocían las tempestades, en más de una ocasión se enfrentaron a ellas con la pericia de los hombres que conocen el mar.

Nosotros también son peritos de la vida, conocemos lo que hacemos, no somos ignorantes, ni inconscientes, tenemos nociones y argumentos, y también hemos pasado por alguna que otra tormenta. El gran error, nos acomodamos, nos apoltronamos, dejamos de buscar, dejamos de aprender, dejamos de soñar, dejamos de buscar el Reino de Dios. Ahí viene la tormenta a desacomodarlo todo, a sacarnos de donde estábamos anclados, inmóviles, inmutables.

La luz llegará, la paz te alcanzará, la tranquilidad volverá a ti, pero tendrás que, primero creer y luego cambiar. Y cambiar es ponerte en movimiento, todavía no has llegado a donde Dios quiere,  y a veces, sólo a veces, necesita recordártelo estremeciéndote un poco con fuerza, porque eres duro como la piedra.


“Ten ánimo, se valiente, confía en el Señor” y escucharemos la voz del Señor increpando al viento y al mar.

1 comentario:

ITALIANO PER NOI dijo...

MIL GRACIAS! SUS REFLEXIONES NOS PERMITEN VER CON POSITIVO ENTUSIASMO LOS VAIVENES DE LA VIDA, ENTENDER LA GRANDEZA DEL AMOR DE DIOS AL PERMITIRNOS RESPIRAR "SU AIRE"...GRACIAS DE NUEVO