«¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
A veces necesitamos que un fuerte
temporal o una gran tempestad pase por nosotros y bambolee nuestra barca, haga tambalear
los pilares de nuestro ser y estremezca lo más profundo de nuestra vida, a ver,
si así, y sólo así dejamos nuestra cómoda manera de llevar nuestra existencia.
Nos acomodamos, nos conformamos, nos
estabilizamos, a veces nos resignamos a una vida encuadrada, ordenada,
rutinaria, monótona, sin grandes riesgos y con pocas apuestas. En algunas
ocasiones es decisión nuestra que sea así, otras veces es producto de las
circunstancias, en otras, las dificultades y barreras que encontramos al mirar
adelante, y decimos, ¿para qué? así estoy bien. Renunciamos a explorar la
profundidad, el alcance, la fuerza, la inmensidad de nuestra propia humanidad. Esto
le pasa a creyentes y no creyentes, a practicantes y a no practicantes.
Vivimos, sí. Pero no sabemos vivir porque no exploramos más allá de nuestro
confort. La felicidad para nosotros es ausencia de problemas, tener lo
suficiente para subsistir, apegarnos a lo que tenemos tanto en lo material como
en lo emocional y sentimental; que todo esté en orden y fluya a nuestro antojo.
Definitivamente no estamos preparados para la tempestad.
La tempestad la vemos como algo malo,
horrible, horroroso, cruel, injusto, despreciable, detestable, que nos golpea y
no nos lo merecemos. Sufrimos, lloramos, nos abatimos, caemos en un abismo de
dolor y de tragedia, no hay luz, no hay sonrisas, todo es miseria. Ahí es donde
los gritos de desesperación se convierten en oraciones que esperamos sean oídas
lo más pronto posible por Dios. La oración se convierte en un refugio pero
también en un ahogo porque la respuesta tarda, porque Dios demora en venir,
porque Dios no “me hace” el “milagro”. Decimos tener fe. Cuando nuestra barca
tambalea, nos aferramos a la fe, y poco a poco esta también tambalea, nos
peleamos con Dios; le increpamos, negociamos, nos hacemos las víctimas del des-fortunio.
Todo lo teníamos bien cuadrado, todo encajaba. Nos habíamos acomodado bien.
Todavía quedan algunos que viendo
moverse el barco en donde como sociedad vamos navegando juntos, prefieren mirar
a otro lado, no levantan las manos para mover las cuerdas que acomoden las
velas de nuestra nave y nos lleven a aguas más tranquilas. Los acomodados están
bien, defenderán su comodidad. Serán los que sienten que el barco se hunde los
que saldrán desesperados a cambiar las cosas. Hay de todo. Pero nos falta algo:
la conciencia clara, el comprender que la vida es un continuo movimiento, que
no hay tiempo para acomodarse y apoltronarse a disfrutar de los bienes de la
tierra, la vida no es sedentaria, no nacimos para permanecer inmóviles, la vida
es camino, es dinamismo es constancia. No falta FE, con mayúsculas, para
significar que esa fe ha de ser bien grande. Fe que nos pone en movimiento.
Somos nómadas en la fe, siempre buscando, siempre queriendo aprender, siempre buscando
sorprendernos y maravillarnos de la vida.
Mis queridos amig@s aunque de entrada
no me crean, las tormentas en la vida no son malas, son buenísimas, si te
entiendo, golpean fuerte, nos hacen caer, nos hunden, pero todo tiene un
propósito. Dios lo conoce, tú no. No creas que Dios disfruta de tu sufrimiento,
de tus gritos de desesperación, porque no lo hace. Él se va mostrando, muy
sutilmente, él te acompaña, está en la barca contigo sintiendo los embates de
las olas que hacen crujir las tablas de la existencia; y él duerme. Qué bello
es esto. Cuando tenemos algún problema lo primero que desaparece es el sueño.
Jesús es capaz de dormir en medio de la peor tempestad, confía plenamente en el
amor de Dios. Nosotros desesperados corriendo de un lado para el otro como los
discípulos, dando gritos de terror. Y saben que es lo irónico que ellos eran
pescadores, sabían de tormentas, conocían las tempestades, en más de una
ocasión se enfrentaron a ellas con la pericia de los hombres que conocen el
mar.
Nosotros también son peritos de la
vida, conocemos lo que hacemos, no somos ignorantes, ni inconscientes, tenemos
nociones y argumentos, y también hemos pasado por alguna que otra tormenta. El
gran error, nos acomodamos, nos apoltronamos, dejamos de buscar, dejamos de
aprender, dejamos de soñar, dejamos de buscar el Reino de Dios. Ahí viene la tormenta
a desacomodarlo todo, a sacarnos de donde estábamos anclados, inmóviles,
inmutables.
La luz llegará, la paz te alcanzará,
la tranquilidad volverá a ti, pero tendrás que, primero creer y luego cambiar.
Y cambiar es ponerte en movimiento, todavía no has llegado a donde Dios
quiere, y a veces, sólo a veces,
necesita recordártelo estremeciéndote un poco con fuerza, porque eres duro como
la piedra.
“Ten ánimo, se valiente, confía en el
Señor” y escucharemos la voz del Señor increpando al viento y al mar.
1 comentario:
MIL GRACIAS! SUS REFLEXIONES NOS PERMITEN VER CON POSITIVO ENTUSIASMO LOS VAIVENES DE LA VIDA, ENTENDER LA GRANDEZA DEL AMOR DE DIOS AL PERMITIRNOS RESPIRAR "SU AIRE"...GRACIAS DE NUEVO
Publicar un comentario